sábado, abril 29, 2006

viernes, abril 28, 2006

sucio y húmedo - parte i

Los últimos días de Julio se derretían bajo el sofocante calor levantino de aquel verano del 2001. Era domingo por la mañana, temprano para los lugareños, y muy tarde para gran parte de los provisionales habitantes del pueblo castellonense de Moncofar. El sonido del mar en su perpetuo danzar luchaba por abrirse paso entre recuerdos de acordes rompedores y sistemas auditivos colapsados de descarga. El Rock Machina tocaba a su fin, y la hora de la despedida saludaba vergonzosa junto a los primeros rayos de sol. Algunos pensamos y acordamos, sin apenas necesidad de intercambiar palabras, que una despedida entre los amigos recién hallados no sería justa de enmarcar en aquel patatal con complejo de campo de batalla, tumba de litros y litros de alcohol, lugar de acampada en definitiva. Y allí estábamos, sentados en la playa jugando al escondite con el sueño, con la mirada perdida, mirando al horizonte, o al inmediato pasado, o a ninguna parte y a todas al mismo tiempo. El mar era grande y gris, y el sol se empeñaba en pintarlo de colores brillantes con la alegría sana de un niño. Lo contemplé y me pareció bello, bello como sólo me parece el cielo, y las grandes montañas, y cualquier expresión de la enorme magnitud de la naturaleza. Bello y sobrecogedor. Inabarcable.

"De mayor quiero ser como el mar".

Esto fue todo lo que mi mente alcanzó a idear, la única manera en la que en aquel estado supe explicar mi admiración por lo que mis ojos estaban presenciando. Por respuesta un genuino y lapidario comentario de ese artista único y grande como él sólo, el inigualable Perro.

"¿Cómo? ¿Sucio y húmedo?"


No estoy muy seguro de a qué edad comencé a sentir fascinación por la grandeza natural. Creo que fue cuando me acercaba a la veintena que aprendí a mirar al horizonte y maravillarme. No puedo evitar sentirme pequeño e insignificante cuando me encuentro en una montaña y miro las tierras que se extienden hasta donde alcanza la vista. Muchas veces he oido eso de que cuando todo lo que se ve está por debajo de tus pies, te sientes poderoso. Nunca lo he llegado a sentir. Creo que se debe a que mi mente, tremendamente racional, como un sabio consejero cortesano, me explica que la perspectiva no cambia la situación real, que no por estar más elevado soy más y si estoy más abajo soy menos. O dicho de otro modo, lo lejano no es más pequeño que lo cercano, porque con cada paso lo que antes era pequeño crece y lo que antes era grande, se encoje. Esto último es en lo que suelo basar mi argumentación para sentirme tan diminuto. Siempre, como en una competición sin competencia ni premio, me detengo a comparar escalas, y me imagino a mi mismo allí abajo, tan inapreciable, tan nada sin un plano cercano, y siento vértigo de saberme superfluo. Y es en este sentimiento que encuentro la belleza de los lugares que perduran, de esas grandes criaturas llenas de vida que son los cielos, mares y montañas del mundo.

Mientras escribía el párrafo anterior, no he podido evitar recordar Carnota. Carnota es un pequeño pueblo a medio camino entre Muros y Finisterre, en Coruña, Galicia. Su fisonomía es la del típico pueblo de carretera, con edificios alzándose sin un claro orden a un lado y otro de la calzada, como se levantan los árboles a los lados de un rio. Además del segundo hórreo más grande de Galicia, su principal atractivo reside en el enclave natural en el que está situado, reposando la mitad del pueblo en la falda de una gran montaña, mirando con descaro al cercano Atlántico, y bajo el eterno cielo nublado del norte, que además de lluvia, parece regalar vida, y color verde. Allí en Carnota presencié la puesta de sol más preciosa de todas cuantas he contemplado, con el sol ocultándose a mi izquierda y la oscuridad cerniendose por la derecha. Un festival de azules y ocres para un panorámico espectáculo. Entrada gratuita para grandes y pequeños.

Como se teje la malla del vértigo, se entrecruzan los pensamientos, cogidos entre sí con sus manitas arrugadas por el tiempo. Pensar en Carnota es pensar en negro, en esputos de muerte escupidos por una prestigiosa criatura metálica, herida de gravedad en las costas gallegas. Pensar en Carnota es pensar en atentados contra la naturaleza con autoría inhumanamente humana. Pensar en Carnota es llorar lágrimas de crudo. Pensar en Carnota es quedarse sin hojas en la libreta y la memoria para apuntar y recordar todas las mentiras. Pensar en Carnota es matar a la esperanza un poquito más, ahogarla en una laguna oscura que no refleja la luz, y que muera, no ahogada, sino de asco, asco por el tacto de las manos que le agarran, no por la pobre laguna, que no tiene culpa de ser oscura y de que le hayan robado la facultad de reflejar la luz. Como voluntario fui, y como fracasado regresé. Un estanque invadido por la negrura. Un rastrillo evidentemente incapaz de limpiar la oscuridad del corazón y la conciencia. La orden de no dañar las plantas del fondo del estanque, negras ya. Una labor imposible. La búsqueda de ser útil. Un perro que, con la felicidad del que desconoce, se baña en cáncer. Vuela una piedra con la misión de ahuyentar. Un perro que no comprende vuelve a beber muerte cuando la bandada de piedras voladoras ha pasado de largo. Intentar no pensar en perros y seguir sacando aceite de las piedras, con cuellos de botella de agua mineral porque no hay que rayarlas. Cuellos de botella de agua mineral que se queman, se deshacen y sólo quedan los guantes. Guantes manchados tanto o más que las rocas. Guantes sin tacto, dejan paso en algunos casos a manos que sienten la viscosa sustancia resbalando entre los dedos. Manos que saludan con rebeldía a su oscuro enemigo. El oscuro enemigo que penetra por los poros de la piel, sólo sabe Dios hasta donde llega. Esperemos que a ninguna parte. Un buen traje, un grupo de gente, todos con manos, ninguna que ayude. Un helicóptero que en sus tripas lleva a gente con trajes buenos y manos que no ayudan. Manos que no ayudan y preguntas de ¿Por qué? se encuentran. Las preguntas que se van, saben reconocer las manos de los mentirosos, rojas de frotarse, nunca de trabajar, nunca de ayudar. Una mujer con lágrimas y marcado acento llega. Llora y trae café, y se reconoce incapaz de hacer nada más. Manos temblorosas y ojos vidriosos que traen café. Café que ayuda. Así es otra de las muchas postales que guardo de Carnota.

Y siguiendo el patrón de la malla con un pensamiento que viaja en perspectiva paralela, llego a Ynis. A su mar, que avanza y retrocede, y avanza, y retrocede, indeciso de quedarse o marchar, condenado al arrepentimiento eterno de no saber qué hacer, ni dónde estar. Ese mar donde jugué mis bazas durante el Torneo de Pesca del domingo pasado, buscando una lubina ganadora. No obstante, lo que encontré fue la podredumbre del ser humano en forma de neumático. Neumáticos debería de decir. Desde las 12:30 que empecé mi participación en el torneo hasta las 18:00 que concluyó, encontré alrededor de una quincena de neumáticos en las aguas del mar. No sólo neumáticos, también zapatos, unos y otros llenos de algas y desazón. Desazón que hice mía.

Los pensamientos, cansados de caminar, se despiden ya de la malla, no sin antes darle dos besos a Chernobil, y desearle buenas noches. Madre de las tragedias y las mentiras de la gente con trajes buenos, ¿cuánto podría haberse arreglado sin todos esos embustes interfiriendo? Sé que dos besos no son suficientes para aliviar el dolor de veinte años de adioses y radiactividad, como sé que volveremos a tropezar en aquella piedra negra que una vez intenté limpiar con el cuello de una botella de agua mineral, mientras un perro chapoteaba en mi retina.

miércoles, abril 26, 2006

¡Prohibido correr!


Aparece una nueva ordenanza en Neimtaun que prohíbe el desplazarse a una velocidad superior a la del paseo. Los habitantes que se aventuren a correr pueden ser penalizados con multas de hasta 1000 bayas.

Los habitantes de Neimtaun no pueden creer lo que ven sus ojos. Desde esta mañana, en paneles informativos a lo largo de todo el pueblo aparece esta escueta pero clara orden: ¡Prohibido correr! Todo apunta a que tal ley es producto del nuevo plan urbanístico que se inició ayer por la mañana, y que prevé la plantación de más de cien nuevos árboles en distintas zonas de la población, así como la creación de una avenida y de varias zonas ajardinadas. Según el alcalde, al que muchos consideran incapaz de organizar la vida de un pueblo debido a su avanzada edad, esta medida es del todo necesaria. En declaraciones exclusivas a esta reportera, afirmó que: — Las flores son caras. Y las flores requieren unos cuidados especiales. Si corremos entre las flores, las pisamos, y las flores se marchitan. Y hay que comprar más. Y las flores son caras. Y requieren unos cuidados especiales… etc.

Los Neimtaueños, sin embargo, no parecen estar muy de acuerdo con esto.

— ¡En Ynis se inició un plan urbanístico hace ya un mes, y nadie prohibió correr! —nos confió un escandalizado ratón Rodi agarrando el micro con rabia.
—¿Cómo vamos a llegar a tiempo a las citas, si se nos prohíbe correr?—se preguntaba la ardilla Belinda llevándose las manos a los mofletes.
— ¡Es un derecho básico, esta ley atenta contra los derechos humanos de los animales! —exclamaban todos muy indignados.

El alcalde ha anunciado la creación de varias zonas dedicadas especialmente a la práctica del deporte, incluyéndose en ellas las carreras:— En estas zonas no se plantarán flores. Se plantarán árboles. Los árboles no se pueden pisotear. Si alguien quiere correr, podrá correr en las zonas dedicadas a los habitantes corredores. Pero esta medida, pensada para contentar a todo el mundo, no parece en la práctica lograr más que avivar la indignación de los habitantes del pueblo.

—¿Qué va a pasar? Yo te diré lo que va a pasar con esto —nos contaba el ratón Rodi encolerizado—. Nos están intentando dividir. ¿Tú eres corredor? A la derecha. ¿Tú no? A la izquierda. O al revés.

— A los corredores nos están criminalizando. ¡Vamos a llevar el estigma del corredor en la frente! —gritaba Trotón, un caballo recientemente instalado en Neimtaun.

¿En qué va a acabar todo esto? ¿Es esta medida sólo el principio de una era cada vez menos democrática en el ayuntamiento de Neimtaun? ¿Es tal vez una señal de que el alcalde debería empezar a pensar en la jubilación? Por el momento se están organizando manifestaciones para el próximo día 30, y se ha iniciado un movimiento bajo el lema Yo corro, ¡y no soy malo! que por el momento está imprimiendo camisetas y repartiéndolas entre los neimtaueños, y planea llegar en los próximos días hasta pueblos vecinos para concienciar a otros animales acerca de la importancia de mantenerse en forma sin limitaciones de ningún tipo.

martes, abril 25, 2006

mi planito

Mira qué horas son y aquí estoy sin atrapar la mosca del sueño. Y, paradógicamente, mientras más me esfuerzo, más despierto me encuentro. Estos últimos días han sido un poco ajetreados por aquí. Aparte del torneo de pesca que se me escapó de las manos cual pez aún con vida, el tiempo lo he dedicado casi por entero a mis labores como encargado de urbanismo. Avatares del destino, es este un cargo proscrito en nuestra historia reciente, que, sin embargo, a mi me enorgullece desempeñar. La historia viene de lejos.

Al poco de instalarme en Ynis, recibí la visita de Don Tórtimer, nuestro vetusto alcalde. A pesar de su avanzadísima edad, Tórtimer sigue siendo un vanguardista, y por qué no decirlo, un culo inquieto. Su visita tenía un objetivo claro: pedirme que me encargase de crear un plan urbanístico para Ynis, además de ponerlo en práctica. A cambio obtendría una actividad en la que emplear mi tiempo, y un pueblo más bonito y habitable. O sea, que la vieja tortuga se agarró a mi altruismo manifiesto cual clavo ardiente. No me quiso explicar los motivos que le empujaron a confiar en mi para desempeñar tal labor, pero intuyo que se debió a que al yo ser humano y haber vivido la mayor parte de mi vida en la ciudad, algo como un plan urbanístico me podía ser más afín que por ejemplo al ratón musculado Rodi (que ahora vive en Neimtaun). La idea de que le ha propuesto esta labor a todo ser que ha llegado a Ynis (incluso a Tristán) y yo he sido el único pardillo en picar, también me ronda la cabeza en más de una ocasión. Pardillo o no, el caso es que es un trabajo que me llena de orgullo, y me vacía de tiempo.

No bien había abandonado Tórtimer mi casa dándome plena libertad para hacer lo que me pareciera mejor, empecé a trazar las lineas básicas sobre las que se construiría mi imperio... digo... Ynis. Todas las acciones que haría de ahí en adelante tendrían que regirse por dos parámetros fundamentales: belleza y pragmatismo. La idea era modelar un lugar bello a la vista, pero que al mismo tiempo fuese lo suficientemente ordenado como para que un forastero se pudiera manejar por el pueblo sin perderse. El primer paso fue crear una alameda de melocotoneros que escolta al rio desde la cascada hasta el primer puente. Esa parte conecta con las dos avenidas de naranjos que a su vez dan acceso tanto al portón como a la tienda de Nook y las Hermanas Manitas. Detrás de Nook se pueden encontrar dos pequeños círculos de cerezos a un lado y manzanos al otro. Aunque en el futuro tengo pensado distribuir los frutales según las cuatro esquinas del pueblo: noreste, noroeste, sureste y suroeste. Para terminar de embellecer la parte situada más al norte, pensé que unos jardines en la parte posterior del museo darían vida a una zona, de otro modo, demasiado vacía. También tengo la intención de recubrir la vera del rio con todo tipo de flores (ya llevo la mitad). Por último, ahora mismo estoy enfrascado en la zona de la playa, donde he creado un paseo marítimo y he arreglado los accesos al mismo. Esta misma tarde la he dedicado a adoquinarlo, aunque me faltan algunas zonas que tendré que terminar mañana.

Como podeis ver, poco tiene que ver este encargado urbanístico que aquí escribe, con el deleznable concepto que me habreis atribuido nada más leer mi nuevo título. De hecho, no sólo he dedicado una ingente cantidad de tiempo a la planificación y ejecución de mi planito, así como al mantenimiento necesario, (que en Ynis no hay jardineros que rieguen, planten o talen, aparte de mi, claro), sino que además me he dejado un montón de dinero entre la compra de flores y herramientas. Ahora bien, si por casualidad está asomado vuestro sentimiento paternal (o maternal) a saludarme, tampoco es necesario que me compadezcais. Como ya he dicho antes, el pago que recibo es más que suficiente. Me basta con saber que mi pueblo es tan bonito como mi imaginación y energías lo permiten, y que es tan fácil de recorrer, que hasta alguien que anda buscando su sentido de la orientación podría encontrarlo bajo un cartel indicativo. No se me ocurre qué premio más reconfortante que ese podría obtener.

Si lo pienso, debo de ser de los pocas personas encargadas del urbanismo de una zona cuya principal prioridad es hacer que esa zona sea más habitable, que quien allí vive tenga un recuerdo bonito de aquel lugar a lo largo de sus días de vida. Por desgracia la mayoría de responsables de estos asuntos no comparten esta ideología, empujándonos a muchos de nosotros a vivir secuestrados por nuestra propia miseria. Es irónico pues, darse cuenta que gran parte de la culpa de que esta situación persista, no es de nadie más que nuestra. Es lamentable que no lleguemos a relacionar nuestras penurias, con el gran negocio que mueve la economía española. Y es que no llego a comprender todo el revuelo que se ha montado con el asunto marbellí. Se habla de escándalo, y creo que no hay palabra más impropia e inmerecida, a la vez de ingenua, para calificar tal situación. A veces me llego a plantear si es que en vez de llevar una venda, lo que ocurre es que la mayoría de la gente carece de la capacidad de ver. No se explica sino que aceptemos el elevado precio de la vivienda, el cual tendremos que acarrear sobre nuestras espaldas a lo largo de (a veces) más de una vida. No se entiende que contemplemos inamovibles como los pocos parques y zonas verdes que en nuestros pueblos y ciudades hay son canjeados por parkings privados, entre copas de vino viejo y rayas blancas, por gente que no es más dueña de ellos de lo que nosotros lo somos. No entra en cabeza alguna que se nos pida aparcar en las aceras marcadas de prohibitivo amarillo y enviar a nuestros hijos de excursión a un parque lejano a intercambiar balones de fútbol por jeringuillas con caballo, mientras alguien sentado en un sillón hinchable se toma un whisky con hielo en mitad de la piscina instalada en la azotea de uno de sus tantos edificios. Y lo más irracional de todo, es que sigamos empeñándonos en llamar escándalo a lo sucedido en Marbella.

Y el ganador del Campeonato de Pesca es...


He aquí la foto de la ganadora del Campeonato de Pesca del mes de Abril en Ynis, Rubí. La victoria fue reñida, y al mediodía parecía que la ganadora sería Aria, con una lubina de 114,3 centímetros de longitud. Más tarde apareció un nuevo récord, el de fresquito, con otra lubina, en este caso de 116,1 centímetros. Cuando, a sólo una hora para el final del campeonato, Rubí apareció con su lubina de nada más y nada menos que 119,3 centímetros, un suspiro de decepción se elevó en el aire de Ynis, pero los participantes en la competición no cesaron en su esfuerzo por proclamarse ganadores, y siguieron pescando hasta las 18:00, hora en que finalizaba el campeonato. Ningún concursante pudo superar la lubina de Rubí, y algunas malas lenguas se apresuraron a enturbiar su victoria haciendo circular la palabra tongo. A pesar de ello, nadie pudo mostrarse indiferente ante la alegría de Rubí, sólo superada por la del alcalde, que, tal como apuntaban las reglas del campeonato, se convertía en propietario y futuro engullidor del pez ganador.

lunes, abril 24, 2006

mensaje de la semana (y de la pasada)

Las postales son diferentes por cada lado. Qué raro...

Un desecho de creatividad esta frase. Y esta es la de la semana anterior:


Siempre llueve sobre mojado.

domingo, abril 23, 2006

el precio de lo inapreciado

Aún no es de noche, pero debería de echarme a dormir aún así. Ya he hecho la buena acción del día, y seguir despierto es arriesgarse a emborronarla. Siempre he tenido el concepto de que cuando compras algo, algo que alguien ha creado, algo que podríamos denominar arte, no sólo estás obteniendo ese algo, además estás ayudando a que la próxima vez que el creador de ese algo quiera crear un algo nuevo, tenga la libertad de hacerlo.

No se nos escapa a ninguno (o no debería), que el arte es menos libre de lo que nunca ha sido, que el Dios dinero lo ha esclavizado, que los hombres grises han cogido las riendas de su futuro, que la creatividad se ha quedado sin voz, se la han cambiado por una cara bonita sin más características que una bobalicona sonrisa. Es lamentable que muchos que dicen considerarse músicos, escritores o dibujantes hayan prostituido sus nombres en pos de unos cuantos ceros en la cuenta bancaria, mientras que aquellos que se han mantenido fieles a si mismos y a su visión de la vida lo único que consiguen son ceros también, pero a la izquierda. Asistimos impertérritos a una guerra civil donde las fotocopias matan al original, brillante e incomprendido él. Como único escenario una enorme montaña de cadáveres pertenecientes a valientes insensatos, cuyas valiosas ideas fluyen de sus heridas y se pierden en el yermo valle del olvido.

Cuando era pequeño quería hacer videojuegos, pero se quedó en un deseo sin recorrido. Luego quise ser dibujante, y la ruta era clara. A decir verdad, no puse demasiado empeño, nunca creí encajar del todo con lo que se esperaba que yo fuera, nunca logré asimilar lo que esa profesión significaba, pero al fin y al cabo, si no explotas lo que mejor se te da hacer, ¿qué vas a explotar? Fue la primera editorial con la que topé la que me abrió los ojos. Un año de trabajo que termina con una discusión y una despedida abrupta. Un jefe sin el menor sentido de la ética ni el gusto se cruzó en mi camino como señal de advertencia de que aquel mundo no era el indicado para mi. Me costó asimilarlo, pero finalmente lo logré, desde entonces decidí que todo lo que de mi puño saliera sería para mi propio regocijo, como siempre había sido, como nunca debió dejar de ser.

¿Dejariais a vuestro hijo en un puesto de mercado, esperando que alguien lo coja de la mano y lo haga suyo a cambio de unos pedazos de metal? ¿Dejariais a vuestro hijos expuesto al mejor postor? ¿Dejariais que alguien decidiera su educación por vosotros? ¿Dejariais que alguien lo vistiese por vosotros? Hoy en día un artista no es más que una especie de gallina forzada a poner huevos de colores, cuyo futuro depende de que su granjero particular decida si esos huevos han de ser verdes o rojos, y si decide que serán rojos y resulta que la gallina sólo quiere dar huevos verdes, sacrificio y a poner otra gallina en su lugar. La cara bonita y bobalicona es adaptable. Y mientras, los que gustan de los huevos verdes, viven ignorando la pérdida de algo que no llegarán a conocer.

Por negro que parezca el panorama, siempre hay algún claro en mitad de la tormenta, y lo que algunos puedan ver como un suicidio artístico, otros pueden encontrarlo como un acto de lo más bello. Desde la humildad me gustaría presentaros a dos de estos claros que algunos ya conocereis, y otros tal vez no: Totakeke y Anathema. Uno es un perro solitario cuya única finalidad en la vida es tocar sus cancioncillas en El Alpiste, los otros son un grupo británico que se esfuerza por mostrar esperanza a través de su música, por triste que esta parezca.

Hace ya bastantes años que conozco a Anathema, no personalmente, claro, pero sí gran parte de su trabajo. Recuerdo que fue un loco catalán aficionado al montañismo quien me habló de ellos por primera vez; el gran Guillem (¿qué será de él? Espero que te vaya bien, compi). Por aquellas el audiogalaxy estaba en auge y fue la herramienta que usé para tener una primera toma de contacto con esta impresionante banda. Recuerdo haber descargado la canción Deep y haberme enamorado de ella. Luego vinieron muchas más y la compra de su álbum Alternative 4. A decir verdad, es este disco y el Judgement los que más me gustan, siendo los otros menos homogeneos en mi opinión. A pesar de eso, uno siempre puede encontrar canciones monumentales como The Silent Enigma, Panic o Temporary Peace desperdigadas por su discografía. Es un poco por sus dos últimos discos, que no me han llenado tanto, que había perdido un poco su pista, y hete aquí mi sorpresa cuando me entero que están en guerra abierta con su compañía discográfica. Me gustaría tener más detalles acerca de lo sucedido, pero en resumidas cuentas, lo que ocurre es que la discográfica quiere obligar a la banda a sacar un nuevo disco con ellos, a lo que Anathema no está por la labor. Por eso han optado por autoproducirse y autoeditarse a través de su página web. A día de hoy ya han colgado un tema totalmente nuevo y que suena de lujo (everything), con la promesa de que compondrán y subirán más. Para la gente interesada en que el grupo siga adelante, ahora que no tienen contrato discográfico, existe la opción de hacer donaciones a la banda, sin intermediarios. Todo esto lo podreis encontrar en su página web, aquí. Y dicho esto, os podeis imaginar que mi buena acción del día no ha sido otra que hacer un donativo a cambio de descargarme la canción. Ha sido una donación insignificante la mía, pero tengo la intención de repetirla cada vez que me baje una canción de las que van a poner allí, con lo que una vez bajado el disco, será más o menos como haberlo comprado.

Como ya he dicho, comprar un disco, un libro o un videojuego no es sólo obtener tal bien, es una inversión en toda regla. Algo que todos tendríamos que tener presente si no queremos que se den más casos como el de Anathema, gente que imbuye su alma en la música y que se ven abocados a tomar una medida drástica, a dar un salto mortal hacia atrás en la cuerda floja.

En lo referente a Totakeke, lo conocí allá por cuando vivía en Florín, cada tarde de sábado desde las 19:30 hasta las 23 horas se plantaba junto a la estación de trenes con su desgastada guitarra acústica, a tocar y cantar para todo aquel que quisiera escucharlo. Su creatividad y sentimiento eran incuestionables, así como su buen humor, siempre preparado para aceptar cualquier petición. Además, al finalizar su actuación, Totakeke obsequiaba a todo aquel que le hubiese acompañado durante la velada con una grabación de los temas interpretados esa tarde-noche, para poder escucharlos en casa cuando viniera en gana. A cambio no pedía nada, sólo una compañía prolongada o puntual junto a los muros de la estación mientras interpretaba sus piezas. Fue por tanto su inmensa generosidad y altruismo lo que más me impresionó de él. Totakeke ama la música y su filosofía es que algo que es tan querido para él no debería de tener precio, que todo aquel que quiera debería de poder disfrutarla sin importar si tiene dinero o no. Siempre decía que lo último que quería es que los peces gordos se hinchasen más gracias a méritos de otros, que su música se basaba en su libertad para crear, y que ponerle precio era como encadenarla y amordazarla. Es por todo esto que me alegré tanto cuando supe que Fígaro prestaba el pequeño escenario de su café las tardes-noches de los sábados a este trotamundos de la música.

Esta noche, como es habitual desde que estoy aquí, también asistiré a su concierto. Me sentaré en una mesa, saborearé el fabuloso café de Fígaro y me deleitaré con la insondable fuerza creativa que este perro tan peculiar hace manar de su deteriorada guitarra. Una vez más me abstendré de pedir ningún tema, me subyuguaré al factor suerte sin temor a perder, pues el mayor premio más allá de que las canciones me gusten más o menos, es que haya alguien como él que luche por lo que muchos nos hemos olvidado de apreciar.

sábado, abril 22, 2006

El arte es libre

No somos muchos; en absoluto todos los que él merecería que fuéramos. A lo sumo seis personas, contando al camarero, que levantamos la vista de la taza de café y perforamos el humo con nuestras miradas en dirección al escenario cuando suena el primer acorde.

- Tranquilos —le susurra al micrófono con una voz que se sostiene en la risa y en la timidez, y recorre el aire del bar hasta nuestros oídos—. Es sólo una prueba de sonido. Hasta las ocho no empieza el espectáculo.


La última palabra la arrastra como si se tratara de un zapato que le fuera grande, y el bar se silencia en una sonrisa colectiva. Todos, sin excepción, giramos las sillas hacia el escenario, preparados para disfrutarlo con toda comodidad. Se pone nervioso. Se le nota en la manera como evita levantar la cabeza. Lleva muchos años haciendo música, tocándola en estaciones, vagones de tren, callejuelas, garajes de amigos, compartiéndola con cualquiera que quiera escucharla. Pero hace muy poco que toca en un escenario de verdad, con un micrófono, un piano a sus espaldas y un foco cuya luz pende sobre su cabeza como una espada de Damocles.

¿Algún tema en concreto? —levanta los ojos y las cejas hacia nosotros, sonríe, mira al camarero. Se trata de un ritual que sólo los que llevamos años siguiendo su clandestina trayectoria musical conocemos. Cuando lanza esa pregunta al aire siempre hay alguien que sugiere un tema, a veces un clásico de Dylan, otras algo más movido, algo de Jimi Hendrix, cualquier sugerencia es recibida con una amplia sonrisa y un casi inmediato acorde de guitarra que parece tener grabadas en las cuerdas todas las canciones de la historia de la música. Pero hoy nadie se atreve a romper el silencio. Tal vez el escenario nos intimida también a nosotros, o quizás no nos atrevemos a dificultarle las cosas pidiendo algún tema que no haya preparado previamente, como si no supiéramos que no ha preparado nada, que él no necesita de esas cosas.

Tras una corta espera, de la guitarra escapa algo parecido a una serpiente que se enrolla por nuestros tobillos y nos obliga a moverlos, fieles esclavos de una secta inapelable que arrastra luego las palmas de nuestras manos hacia las mesas y menea nuestras cabezas de manera casi invisible al ritmo de la bola de música y luz en que se ha convertido ya Totakeke. La timidez y el miedo han desaparecido completamente, y la música parece haber poseído su cuerpo y su voz, o tal vez sería más preciso decir que su cuerpo y su voz han poseído a la música, y todo pasa por las cuerdas de esa vieja guitarra que parece ahora blandir la espada hacia nosotros y brilla y se retuerce como un animal herido de vida.


El bar desaparece, la materia misma desaparece y por un momento somos todos parte de esa guitarra y de esa voz animal, y los que se encuentran cerca de El Alpiste, aquellos que no se han decidido a entrar, intimidados tal vez por el alto precio del café, o que no han considerado suficientemente interesante el espectáculo de un cantante desconocido, aquellos que han preferido pasear por el pueblo recogiendo manzanas, o permanecer en la orilla del río pescando, o tumbarse a contemplar las constelaciones, todos, en algún lugar de sus cuerpos deben forzosamente sentir algo extraño; se tocan el estómago, se llevan la mano al corazón y le sonríen al cielo, o a los peces, o a las frutas, en un incomprensible ataque de entusiasmo que se apresuran en nombrar cursilería y eliminar de sus memorias centrándose de nuevo en lo que estaban haciendo.

Cuando el concierto termina estamos todos un poco más vivos, un poco más unidos, a pesar de no conocernos, y antes de abandonar el lugar recogemos del escenario los CDs que Totakeke deposita a sus pies al final de cada actuación. Son sus canciones, grabaciones caseras que tal vez algún día lleguen a manos de algún productor impresionado que le ofrezca la posibilidad de grabar un disco en las mismas condiciones de muchos músicos con muchísimo menos talento que él. Pero si algún día eso llega a ocurrir lo más probable es que Totakeke rechace la invitación y prefiera seguir gozando de su música en lugares selectos, callejuelas, garajes, bares como El Alpiste. Al fin y al cabo, cuando se le interroga acerca de la curiosa costumbre de regalar sus canciones, Totakeke levanta las cejas, sonríe mirando al suelo y responde:

— A mí me mueve el arte y no el comercialismo. ¡Y el arte es libre!

síntomas de irresponsabilidad

Cuando se habla de automedicación, uno siempre imagina a un viejecito asediado por los años, que como puede busca aliados con los que combatir los achaques de la edad, disfrazados ellos de enfermedad. Pero la automedicación se extiende a ámbitos mucho más amplios que la tercera edad, incluso los animales se automedican.

Hoy Bruno volvía a estar enfermo, y a falta de un médico en el pueblo me ha pedido casi delirando que le diese medicinas. Como ya hiciera un par de semanas atrás, he corrido a la tienda de Nook y allí he comprado un medicamento que Tom me ha asegurado era de las máximas garantías. He vuelto a casa de Bruno y se lo he suministrado. Al rato decía encontrarse mejor, aunque seguía con esa cara de perro tan propia de los cánidos. Con cierta preocupación me he alejado de vuelta a la tienda de Nook. Tenía que consultarle acerca de la medicina que me había proporcionado para Bruno, no sabía que Tom tuviese título médico o farmaceutico y era algo que me había sorprendido bastante. Después de la charla con él me ha quedado claro que si no sabía que tenía título médico o farmaceutico es porque no lo tiene, la única acreditación que posee es su palabra de que la medicina que vende es buena y versátil como un chicle en la boca de McGiver.

Es alarmante que la práctica de la automedicación haya alcanzado el mundo animal. Siempre he considerado una total falta de sensatez medicarse sin la prescripción de un profesional, por mucho que los síntomas sean similares a unos vividos en el pasado. Como si la ciencia médica no hubiese avanzado suficiente, hay gente que todo lo resume a estar mal o estar bien. Todo vale y es justificado cuando uno está mal, una aspirina lo puede todo, sea un dolor de cabeza, una gastroenteritis leve o la amputación de una pierna. Es esta una gran forma de ningunear todas las especializaciones que hay en un hospital, todas las vertientes y pequeñas variaciones que un cuadro clínico puede reflejar, todas las materias de una carrera tan amplia como la de medicina. La Nivea de toda la vida, como es buena para la piel, debe de ser buena para los juanetes, y si es buena para los juanetes lo será para las verrugas, y si lo es para las verrugas, lo ha de ser para el acné y si lo es para el acné, lo será para las pequeñas heridas, y si lo es para las pequeñas heridas, ¿por qué no lo va a ser para las que son más grandes?

Y como digo, lo que da miedo del asunto este es que no sólo los abueletes dementes se dedican al ancestral arte de la automedicación. Jóvenes, no tan jóvenes, hombres y mujeres, altos y bajos, humanos y no humanos, todos están invitados a la absurda fiesta de la automedicación. ¿Quieres entrar? Sólo necesitas una vieja receta médica, será tu billete a un nuevo mundo de descontrol, imprudencia, irresponsabilidad e inconsciencia. Tu compañía; un sintoma con complejo de deja vu.

sábado, abril 15, 2006

travesía del desierto

Como os habreis dado cuenta algunos, ha habido una especie de parón en el blog, no os preocupeis, no he muerto. Ya se sabe cómo es esto de la Semana Santa, que aunque no llega a Ynis, uno sí que disfruta de ella a su modo. Y en esas he estado estos días pasados, y en esas estaré en los sucesivos. Espero que todo vuelva a su cauce allá por el jueves o viernes de la semana que viene.

Así que; ¡qué vaya bien!

miércoles, abril 12, 2006

estilo dicen...

Dar consejos es un riesgo que poca gente se atreve a correr. La presión de decidir por otros, de plantar en otra persona una idea como si de una semilla que puede germinar en acto se tratase, es una sensación que no muchos se precian de afrontar. No me considero alguien a quien le guste decir qué deben hacer los demás, aunque sí es cierto que nunca he tenido miedo a dar mi opinión o consejo si era para algo de lo que estaba seguro. Os voy a dar un consejo, y espero que lo sepais valorar en su justa medida: si un día aparece vuestro hermano con una maquinilla nueva, no dejeis que la pruebe con vuestra testa. Si no teneis hermanos, podeis sustituir este sujeto por cualquier otro, lo importante no es quién, sino qué.

Hará cosa de una semana recibí la visita de mi hermano; traía consigo una maquinilla de cortar el pelo aún por estrenar. La maquinilla se la había regalado un buen amigo suyo, el cual tiende a comprar todo lo que la marca El Coyote saca al mercado. Ya hacía un tiempo que yo llevaba queriendo cortarme las pelambreras del profeta que lucía, pero por la pasividad que me caracteriza esta honorable tarea seguía entre mi nutrido grupo de debes. Cuando mi hermano apareció por casa armado con aquel instrumento diabólico, no vi el peligro, ni siquiera cuando me avisó de que no sabía como iría aquella máquina infernal. Con las tijeras me corté el pelo para facilitarle la labor, y así evitar los dolorosos tirones. Fue mi gran error. Aquel trasto no cortaba nada de nada, y eso es algo que a mi trasquilada cabeza no le gustó en absoluto. Tras varios futiles intentos, mi cariacontecido hermano procedió a intentar arreglar lo inarreglable, pero hay veces que la buena fe no es suficiente.

Tal vez penseis que es esta y no lo que expuse acerca de mi afición por las cosas que vuelan la razón que me ha empujado a llevar un casco de aviador a todas horas. Si por algún casual la idea de que os he mentido os ronda por la azotea, evacuadla de inmediato. Cualquier persona que me conozca un poco sabe de buena tinta mi desdén por algo tan subjetivo como es el estilo. En un mundo ideal todos podríamos tener nuestro propio estilo sin sufrir la incomprensión, la mofa o el ataque y derribo de esos grupos cuyo estilo es el de los demás. ¿Quién iba a decir que los niños bien de nuestros días vestirían con chandal y llevarían crestas y el pelo rapado por los lados? Efectivamente hay quien tiene la hipocresía por único estilo. Es la moda un monstruo sin memoria ni sentimientos, que engulle cuerpos vacios y los excreta vestidos en cadena. Y son los diseñadores y estilistas los ingenieros que se encargan de alimentar a esa implacable criatura.

La última vez que visité una peluquería fue hace tres o cuatro años. Recuerdo haber pedido que me cortasen un poco el pelo; liso, peinado hacia delante. Mis teorías acerca de lo que ocurrió tras estas indicaciones son dos:
a) La mujer aquella nunca había visto Super Coco y desconocía términos como liso, hacia delante o corto.
b) Era una guarra.
Siempre me he inclinado más por la b, tal vez por mi falta de afecto por el gremio, tal vez porque lo era. El caso es que de allí salí con el pelo engominado y de punta, menos dinero en los bolsillos y con su odiosa sonrisa guardada en la memoria, en el cajón de "episodios de odio". Aún incluso se atrevió a decirme "así estás mucho mejor", la muy puta. No niego que a ojos ajenos pudiera estar mucho mejor, ni lo niego ni me importa. Lo importante es que yo no pedí eso, y se me debió dar lo que yo pedí, aunque sólo me gustase a mi.

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y dicho esto, ya sabreis lo que me dispongo a relatar a continuación. Esta mañana Ynis ha amanecido con una nueva inquilina. A decir verdad no se trata de una vecina, sino de una trabajadora de la tienda de Nook. Tom ha decidido que su negocio no era suficientemente glamuroso de por si, así que le ha añadido una sección de peluquería y la ha dejado a cargo de una caniche de pelo azul de lo más chic que responde al nombre de Marilín. Es evidente que he cedido a la tentación de arreglar mi trasquilada cabellera, sino no habría mencionado piedras que son golpeadas dos veces. A decir verdad creía que nada podría ser peor que ir con este engendro de peinado por la vida, pero ¡ay de mi que a estas alturas descubro que siempre hay algo peor esperando a la vuelta de la esquina!

Aún os queda por saber lo mejor: tengo la intención de volver mañana. Eso sí, no sé si para arreglarme el pelo de una vez por todas, o para conocer un nuevo nivel de fealdad. Rezad por mi... y por Marilín.

martes, abril 11, 2006

mensaje de la semana

¿Qué cuentan las ovejas para dormir?

el eje imaginativo

Pues Lotar se siente muy bien, le daré recuerdos de vuestra parte.

Ha sido hoy al mirar el Tablón de Anuncios que hay junto al Ayuntamiento que he descubierto que el ganador del concurso del Festival de las Flores no había sido yo. Conforme he terminado de leer aquella inesperada noticia, ante mi ha desfilado una retahila de recuerdos de concursos en los que he participado a lo largo de mi vida, concursos que perdí, en mi opinión, de forma injusta.

No han sido pocas las veces que he participado en competiciones de cómic, y han sido exactamente las mismas las que no he ganado. En retrospectiva ahora entiendo porqué no gané algunos de ellos, sin embargo hay otros que siguen siendo inexplicables aún hoy día. De un modo u otro, mi único premio siempre ha sido el consuelo de mis amigos diciéndome que mi obra era mejor que la ganadora. Rabioso consuelo, o rabioso yo. Rabioso porque en vez de consolar, esas palabras lo que hacen es avivar el fuego de la frustración, que como si se tratase de indios al otro lado de la montaña, empieza a proyectar mensajes de humo, mensajes que traen preguntas, siendo "Si mi cómic es el mejor, ¿por qué no he ganado?" el lider espiritual de todas ellas.

Hay un cómic en particular, que todavía me sorprendo a mi mismo al conocer que soy yo quién está detrás de su autoría. Son cuatro páginas de aspecto irremediablemente profesional, con un argumento un tanto estúpido, pero deliveradamente tonto, que esconde un mensaje interno no tan tonto. A día de hoy sólo cambiaría una cosa en él; le añadiría una frase al final, pero por lo demás le doy mi aprovado. Sea como fuere, el caso es que su gloria fue la misma que la de sus hermanos: la pertinente palmadita en la espalda y el rabioso y amigable consuelo. Rabioso consuelo, o rabioso yo.


Es curioso que no todo en mi vida como concursante han sido fracasos. Una vez en el cole hicieron un concurso de poesía que sorprendentemente gané. Sorprendentemente porque nunca había escrito una poesia, y porque no entraba en mis futuribles el contar con un torneo de poesía ganado en mi currículum. La explicación es tan simple como la poesía que entonces escribí: sólo nos presentamos dos al concurso, y la poesía del otro era terrible. La entrega de premios se hizo en el Centro Cultural de mi pueblo, teniendo que subir a un escenario para la recogida del mismo. No necesité hacerlo, ya que hubo una confusión y el primer premio se lo entregaron a mi compañero, así que ni ese momento de gloria me dejaron tener. Aunque luego en las sombras protesté para que me dieran el primer premio que legitimamente había ganado. Aunque nadie pudo restituirme la gloria de ser el mejor ante los ojos de la gente, siquiera gané la materialidad que demuestra tal hecho.

Siendo tales los precedentes, me doy cuenta de lo iluso que he sido pensando que iba a ganar este floral torneo, por mucho que mi jardincito querido sea el más bello de cuantos en Ynis hay. No sé si por maduración mía o por falta de la pertinente y amigable palmadita de rabioso consuelo, o rabioso yo, el caso es que mirando mi jardincito brillando con luz propia, es ahora que siento el consuelo de disfrutar sin necesidad del reconocimiento ajeno.

Es maravilloso poder contemplar una creación propia y sentirse orgulloso de uno mismo, y saber que es esta una de las fuerzas que hacen que el mundo se mueva. Es inabarcable la sensación de descubrir que el eje imaginario sobre el que la Tierra gira, es empujado por una fuerza igualmente imaginaria, o imaginativa. Lástima que esa energía provenga de genios esclavizados por lo establecido, que empujan sin ayuda ni socorro, mientras los mediocres laceran sus desnudas espaldas a golpe de látigo untado en convencionalismo.

lunes, abril 10, 2006

El pánico sacude Neimtaun


Por el cielo de Neimtaun no sólo vuelan globos extraviados. El terror se ha apoderado esta mañana de los habitantes del hasta hoy apacible pueblo cuando un objeto volador no identificado ha cubierto el cielo durante unos minutos.


El fenómeno de los globos era algo de por sí inexplicable. De vez en cuando, por la mañana, por la tarde, tal vez incluso por la noche (esto no se puede asegurar, puesto que los habitantes de Neimtaun siguen un riguroso y voluntario horario infantil), cualquiera que fuera el momento en que se decidiera levantar la cabeza hacia el cielo podía uno encontrarse con la imagen de un globo sobrevolando el pueblo. Un globo cuyos colores podían variar, pero que siempre llevaba un paquete envuelto en papel blanco colgando de un hilo.

Muchos han sido los que han intentado descifrar el misterio de los globos errantes. Yuka, la eternamente resfriada y encantadora koala de Neimtaun, lo ha intentado más de una vez con su tirachinas. Pero dada la más que dudosa habilidad de sus manos, cuando después de sacar el tirachinas del bolsillo y colocar en él una piedra Yuka alzaba los ojos hacia el cielo, el globo había ya desaparecido.

Rodi, un ratón emigrado de Ynis (aunque los rumores apuntan a un destierro por causas aún desconocidas) lo ha intentado a base de saltos; su técnica consistía en coger carrerilla, recorrer a toda carrera una distancia de más de 30 metros, impulsarse luego sobre la roca que hay detrás del museo y saltar con las manitas extendidas hacia el cielo. Su problema era en este caso el contrario del de Yuka: la rapidez. Cuando Rodi alcanzaba la altura de las nubes el globo aún estaba sobrevolando el río, y cuando por fin sobrevolaba el museo, Rodi seguía dando saltos cada vez menos elevados, desprovistos de impulso, hasta mucho después de que el globo hubiera abandonado el cielo de Neimtaun.

La técnica de Babu, un babuino enorme retirado a Neimtaun desde el mundo del celuloide por un escandaloso affaire con una actriz de dimensiones mucho menores a las suyas, consiste en agarrar una piedra del suelo en el mismo instante en que divisa el globo, y lanzársela con todas sus fuerzas. Esta técnica, con mucho la menos sofisticada de todas las empleadas, es sin embargo la más eficaz, puesto que a día de hoy sólo Babu ha conseguido desviar la trayectoria de uno de los globos, aunque la piedra no logró traspasar el material del que están hechos estos curiosos objetos voladores.

Desde esta mañana, sin embargo, los habitantes de Neimtaun ya no sólo esperan encontrarse con la visión de un globo cuando alzan la vista hacia el cielo. Eran las doce y algunos minutos cuando un sonido metálico y a la vez melodioso, que algunos vecinos han insistido en comparar con el de la máquina expendedora de chocolatinas de la tienda de Tom Nook, ha cubierto progresivamente Neimtaun hasta alcanzar un volumen ensordecedor. Los habitantes del hasta ahora tranquilo pueblo se han asomado a las ventanas para comprobar que algo se interponía entre el sol y sus rostros desencajados por el terror: un objeto volador no identificado, pero con toda la pinta de ser un OVNI, sobrevolaba el pueblo emitiendo luces de colores que parpadeaban de manera incesante.

¡Era gigantesco! —nos contaba minutos después la ardilla Belinda, llevándose las manos a la boca y abriendo mucho los ojos aún dilatados por el miedo—. Pensaba que nos iba a abducir, porque hacía tanto ruido, y nos enfocaba con esas luces tan… ¡gigantescas!

¡Era una nave espacial! —insistía el ratón Rodi sin parar de saltar alrededor de nuestra unidad móvil, víctima de un ataque de ansiedad.

Según declaraciones de los vecinos, el objeto ha sobrevolado el pueblo durante unos instantes para luego alejarse en dirección oeste, llevándose con él el ruido, las luces y la paz de los habitantes de Neimtaun.

¡Ya nada volverá a ser lo mismo! —ha gritado Babu cayendo de rodillas y levantando un puño hacia el cielo, en un alarde de sus dotes artísticas que todos se han apresurado a aplaudir.

¿Volverá a aparecer el OVNI en los siguientes días? ¿Podrán los Neimtaueños conciliar el sueño después de lo ocurrido? Y lo que es más importante ¿de dónde venía ese OVNI, y qué pretendía? Tal vez el día que se encuentren respuestas a todas estas preguntas, se resuelva también el caso de los globos errantes. Hasta entonces, seguiremos informando de todo lo acontecido (y esperamos que después también).

domingo, abril 09, 2006

la vara de olivo que no sabía convencer

¡Últimas noticias! ¡La primavera ya está aquí! ¿Que llego tarde? Sí, es posible que así sea, pero por alguna razón que se escapa a mi humilde entendimiento, no es hasta Abril que todos somos plenamente conscientes de que ese anual canto a la vida ha dado comienzo. Nadie relaciona los últimos días de Marzo con la primavera, excepto los agricultores y demás gente de campo. En Ynis esta tardía revelación queda patente con el Festival de las Flores, que cada año se celebra desde el primer lunes de Abril hasta el domingo de esa misma semana. Es como si la primera docena de días de primavera no fueran de fiar, desconozco porqué, algo habrán hecho en el pasado para ser unos proscritos de la confianza, digo yo.

Pero, ¿en qué consiste este Festival de las Flores exactamente? Los más avispados ya habrán logrado adivinar que algo tiene que ver con las flores, obviamente. El festival es una especie de competición por ver quién es capaz de crear el jardín más bonito del pueblo. Para esto se emplean los seis primeros días de la semana, siendo el domingo dedicado a la votación y entrega de premios. Puesto que es mi primer año, desconozco qué acontecerá mañana o cual puede ser el primer premio. Lo que sí que puedo asegurar es que el verdadero ganador es el propio pueblo. Pasear por Ynis durante esta semana es una de las experiencias más campestremente placenteras que alguien pueda experimentar. Como sucede en diferentes barrios de las ciudades del sur de España, cada casita de aquí cuenta con su jardincito mejor o peor arreglado, pero con jardincito al fin y al cabo. El título de Festival de las Flores es totalmente literal, ya que se dan cita todo tipo de variantes a lo largo de las diferentes viviendas. Rosas rojas, amarillas, violas blancas, tulipanes... y muchas otras flores de las que, como en los árboles, sería incapaz de relacionar nombre con aspecto, se reunen en pequeños batallones de belleza capaces de derribar los muros del más duro de los corazones y hacerse fuertes en él. Quien más quien menos pone un poco de si mismo, de su sudor, de su buen hacer o de ese empeño juvenil por destacar. Todo el mundo participa de la fiesta, sea del sexo que sea. En cierto modo es como si los animales tuvieran más claros conceptos tales como la masculinidad, mucho más claros de lo que los humanos posiblemente los tengamos nunca.

En cuanto al plano personal, reconozco que todo esto me ha pillado por sorpresa. Mi manera habitual de saludar a la primavera y darle la bienvenida, siempre ha sido reunirme con mi amiga la alergia para darle un recibimiento con un circo de tenaces estornudos, intrépidos goteos nasales y sorprendentes picores lacrimales, todos ellos capaces de sonrojar al más nuclearmente pálido transeunte finlandés. Este año no ha sido diferente. Fue avistar la primavera aproximándose en lontananza y ver la sombra de mi alergia proyectarse junta a la mía. Es la alergia ese típico invitado bien conocido, pero no menos indeseado por ello. Es como ese tio malhumorado con un hijo medio retrasado (o eso pensamos nosotros) y una mujer con voz de pito y costumbres rescatadas de tiempos inmemoriales, que vienen a veranear a tu casa de campo, sin avisar, pero no por ello inesperadamente, pues año tras año se presenta allí para desesperación de propios y extraños. Cierto es que hay armas para luchar contra la alergia, drogas blandas para combatir los molestos efectos que provocan todas esas sustancias inapreciables para el ojo humano cuando se introducen en mi organismo de manera implacable. Pero no menos cierto es que tras un prolongado tiempo usando fármacos, el cuerpo, no sé si como el veterano soldado que no ve salida al conflicto armado y se cansa de luchar por una guerra sin futuro, depone las armas, de modo que por mucha droga que tome, la alergia nunca termina de irse.

A pesar de la sorpresa inicial y el handicap de contar con una aliada inútil, creo que me he sabido reponer bastante bien. Ya antes de que diese comienzo el Festival de las Flores, mi casa contaba con un jardincillo de lo más cuco, así que llegado el momento, sólo he tenido que ampliarlo un poco y darle un toque de clase de cara al concurso.

Reconozco que nunca he sido gran fan de la jardinería, y mi propio padre ha despotricado acerca de esta falta de interés mía, pues es hombre de campo. Es ahora que empiezo a comprender la magia propia de la naturaleza, de la vida. Si mi progenitor supiera esto, despotricaría más aún. Por mucho tiempo que haya pasado, en su memoria sigue brillante como reciente actualidad aquella mañana de invierno cuando me negué a recoger aceitunas con el resto de la familia. Así mismo, por mucho tiempo que haya pasado, mi trasero recuerda como estremecedora actualidad la vara de olivo que intentaba, no sin convicción, hacerme cambiar de opinión. En mi defensa diré que era muy niño, muy vago, y hacía un frio de tres pares de narices. Sí, también era muy cabezota y orgulloso. Como orgulloso estoy hoy día de no haber cedido al chantaje del dolor.

En otro orden de cosas, mañana os contaré cómo se siente el vencedor del torneo de las flores.

sábado, abril 08, 2006

la reportera intrépida

Si ayer os mostraba una foto mía, hoy toca presentaros a mi nueva colaboradora. Como podeis ver aquí a la derecha donde pone "Contributors" (¿alguien sabe cómo se cambia ese nombre? Help!) firmará bajo el pseudónimo de la reportera intrépida, y como tal, nos traerá la información más jugosa allá donde se produzca, ya sea Neimtaun (el pueblo donde ella vive), Ynis, o cualquier otro lugar. Lo de intrépida no le viene sin razón.

Espero que sepais apreciar su trabajo tanto como lo haré yo, aunque no tengo dudas de que así será, ya que sus habilidades de redacción son excepcionales, y sus puntos de vista únicos. En otras palabras, es un crack de fichaje.

Sin más que añadir, os dejo con una foto de presentación. Con todos vosotros, la reportera intrépida:

el aviador fresquito

O "fresquito el aviador", como más os guste. El caso es que el otro día me compré un gorro de aviador en la tienda de Nook, y no he podido evitar hacerme una foto con él. Bueno, no sólo hacer una foto a decir verdad, desde que lo tengo voy con él a todas partes, de tal modo que cuando me lo quito me siento como desnudo.

Nunca de pequeño quise ser piloto, nunca he soñado con volar, de hecho, las dos veces que he subido en avión lo he pasado bastante mal, pero mira, una vez bien crecidito, empezó a maravillarme la idea de poder ser libre de los ejes que nos sujetan al suelo, de las fuerzas que nos empujan hacia abajo. Desde hace unos cuantos años siento una envidia sana de las aves y se me dibuja una estúpida sonrisa cada vez que me imagino teniendo el poder de alzar el vuelo. Si lo hiciera acabaría vomitando y pasándolo horrible, pero como en el mundo de las imaginaciones cosas como el estómago o los mareos no tienen cabida, yo soy feliz.

En fin, que aquí teneis la foto que me he hecho en la que se muestra sin la menor duda, la infantil alegría que siento portando este singular gorro.

Yo, siendo feliz como un niño

miércoles, abril 05, 2006

bienvenido mr. marshall

Si un día llegase un americano y te propusiera talar todos los árboles de su pueblo a cambio de medio kilo, ¿qué harías?

Es innegable el placer que uno siente al destruir, al ver como algo se va deteriorando por nuestra acción, sentir el deleite morboso de hacer lo contrario a lo que desde pequeños se nos inculca, contemplar la propia espectacularidad del proceso destructivo es excitante. En mi memoría aún pervive aquel mediodía glorioso en el que mis padres decidieron que el enorme armario de la habitación de mi hermano debía de desaparecer de allí. El problema es que su tamaño era mayor que el del marco de la puerta, por lo que había que realizarle una reducción de volumen para lograr llevar a buen puerto tal empresa. Mi hermano lo intentó con varias patadas que no lograron ni siquiera intimidar al gran mueble. Criados desde pequeños en la cultura de la explosión y la rotura sencilla que el cine nos presenta, la sorpresa fue mayúscula al no ver ninguna astilla volar ni ningún cajón estallar. Llegó mi turno, espoleado por las palabras de desaliento que mi hermano me dedicaba, estudié a mi enemigo en busca de sus puntos débiles. El secreto consistía en golpear en sitios específicos en el momento indicado para desmantelar aquella amalgama de maderas, clavos y cola de contacto reseca. Mi primer golpe fue destinado a la parte superior, en trayectoria ascendente. Le volé la tapa de los sesos con él. Lo demás es historia, como aquel mueble-aparador.

Cuando me imaginé golpeando virilmente decenas de gruesos troncos con el afilado filo de mi hacha, no pude evitar esbozar una sonrisa maliciosa. Seducido por un afán poco creativo, acepté.

El americano en cuestión se hacía llamar Chris y su pueblo era un infierno, Hell tenía por nombre. Cuando llegué a Hell me recibió vestido con ropas concebidas en submarinos, y no precisamente de la marina mercante. Color fuxia en pantalones, camiseta (o debería decir top) y peluca afro. Unas gafas de psicodelia remataban la función. Apenas sin intercambiar palabras me dio un hacha dorada que decía tener una mayor resistencia, yo la cogí y no valoré la veracidad de su afirmación, yo había ido al infierno a talar, no a cuestionar. Talé y talé como no me imaginaba que fuera capaz, bajo un sol justiciero de mediodía los árboles fueron cayendo en el saco del más allá. Perales, manzanos, naranjos, cerezos, melocotoneros (sin tumba de Hitler debajo) y todo tipo de árboles más cuyo nombre desconozco, o que no sabría relacionar nombre con aspecto, más bien, perdieron la vida en aquel frenesí talador.

Estaba perdiendo el juicio. Hacha va, hacha viene. Pala entra, raices salen. Cordura se despide, cordura para siempre. Era incapaz de parar, y el hecho de que aquello fuese como el Amazonas tampoco ayudaba. Llevaba ya talado medio pueblo cuando alguna fuerza divina, dios justiciero de los árboles supongo, me dejó fulminado con su maldición. Allí entre los astillados cadáveres caí en redondo, en mi locura, pero no en la inconsciencia, en la inconsciencia caí en el mismo instante en el que acepté este trabajo, pero eso ya poco importaba entre la negra maraña de oscuridad que me rodeaba. Una visión de mi casa, de mi, de Ynis, se fue abriendo paso entre la incerteza. Creí despertar en mi cama y allí me quedé tumbado, pensando, hasta que el chantaje del deber incumplido me obligó a regresar al infierno, a Hell. Abrí los ojos y los cadáveres habían desaparecido. Me encontré bajo los amables árboles, vivos ellos. Sin rencor sus ramas proyectaban sombras y luces sobre mi persona, perdonándome y protegiéndome del fuego abrasador del sol del demonio. Parecía que todo había sido un mal sueño.

Me levanté torpemente y arrastrando los pies comencé a andar con el dolor gritándome a los oidos desde algún lugar en la parte posterior de mi cabeza. Sentía como algo vivo naciendo y creciendo allí, sentía su corazón latir, en mi nuca, en mis sienes, en mi valentía. Mi mano descubrió que allí había sangre, mi sangre. No di muchos pasos cuando me volví a encontrar sin cobijo, a merced de los rayos que el sol esputaba con fuerza sobre mi. Hasta donde me alcanzaba la vista todo era un desierto sin vida, decenas de troncos y frutos caidos, destrozados unos y otros, se extendían hasta llegar al horizonte en una orgía de destrucción. Mi alma me llamaba desde el suelo de la más certera realidad.


Como si viviese aquellos momentos en tercera persona, anduve entre la muerte hasta llegar a la entrada del pueblo donde el americano me esperaba. Le devolví su hacha de oro, sucia por la savia de multitud de vidas interrumpidas. Le dije que no iba a cortar ni un árbol más, que no quería su dinero ya, lo único que quería era coger unos cuantos frutos y volverme a mi casa, tenía que reencontrarme conmigo mismo allí. Como lo dije lo hice. Recogí todo cuanto pude, y me marché.

Dicen que los hombres no deben llorar, es una de las muchas estupideces que dicen. Sueño con un día en el que haya podido por fin ayudar a vivir a tantos árboles como ayudé a morir, y lo sueño mientras planto semillas de redención, hijos de aquella masacre, mientras sendos rios salados se precipitan al vacio de la esperanza desde mis ojos. No creo ser menos hombre por ello.

martes, abril 04, 2006

bruno dixit

Vengo de visitar a Bruno. Estaba enfermo. Esto es lo que me ha dicho cuando he entrado en su casa:

Tengo calor... tienes que ayudarme, fresquito. He intentado combatirlo con insultos, pero no funciona. Aaaaaarg. Cof... ¡Qué nenaza de gripe! ¿Eso es todo, un poco de náuseas y ya está? Una gripe de verdad me mandaría derechito al hospiral, gruf-gruf. ¡COF! ¡¿Y tú te consideras un virus? No me hagas reir... ¡COF, COF, COF! Los ninjas del sushi... Han venido a por mis reservas...

He ido raudo y veloz a por medicina a la tienda de Nook y he vuelto sin perder un segundo a dársela a mi cánido amigo.

Te debo una, y de las grandes

Tras lo cual ha roto a llorar.

Poco después ya se encontraba mejor, la medicina ha hecho efecto rapidísimo.

Mm... Los amigos. ¡No me los merezco, gruf-gruf!

Aquí ha vuelto a romper a llorar. Bruno sigue siendo el mejor, sin duda.

mensaje de la semana

Inauguro sección semanal. Hoy el tablón de anuncios ha amanecido con un mensaje anónimo cuyo encabezamiento era el mismo que el del título de esta entrada: Mensaje de la Semana. Así que cada semana, trasladaré el mensaje lleno de sabiduría que allí se ponga, para haceros llegar la palabra divina que en Ynis es promulgada. Ahí va:

El amor es eterno.
Hasta que se acaba.

el mundo interior de las cómodas

Uno de los sueños y enigmas de la humanidad es la posibilidad de que haya una vida más allá de la que vemos diariamente, sea en la muerte, en otro planeta o en un plano de existencia diferente. Bien, pues he descubierto que en efecto, existe una dimensión paralela. A día de hoy no puedo asegurar que en esta dimensión haya vida, por ahora, pero aún sin seres vivos, me parece un hallazgo muy especial.

Fue ayer cuando lo descubrí. No fue hasta después de hablar con Tom para que me ampliase la casa, que me preocupé de artilugios tan banales como son las cómodas, total, no tenía sitio donde meter nada en ese agujero que hasta ahora he llamado casa. Tras la ampliación todo ha sido diferente, por fin he podido instalar una bañera, una cama, un sillón y como no, una cómoda donde guardar la ropa.

Nada más abrir, fui a la tienda de Tom y compré una cómoda con forma de pera. No es que me gustase, pero era lo único que había. Cuando toda la variedad asciende a un único elemento, la duda no es "cuál", sino "sí o no". Obviamente fue "sí", corría peligro sino de que me confundieran con Rodi, un ratón gigante cuyo aroma favorito es el de su propio sudor (igualito que Agustín, el loco del séptimo, sí). Una vez en casa, decidí que por pragmática que fuese la elección de comprar una pera gigante tallada en madera. para meter mi ropa en sus entrañas, no podía dejar tal mueble a la vista. Así que lo mandé al baño, tras un biombo de mimbre, como si una cómoda con forma de pera por estar en un baño fuera menos pera, y más cómoda.

Mi sorpresa llegó cuando abrí los cajones por primera vez. Por inexplicable que fuese, el tamaño de los mismos y su apariencia exterior al estar cerrados, no coincidía. Perfectamente pude poner toda mi ropa, herramientas, alfombras, papeles de pared, ¡e incluso otros muebles! Aquello era magia, me había tocado una macropera con las propiedades milagrosas de un saco sin fondo (como en el que metieron a Agustín unos amigos suyos una vez). Para ser sincero, fondo sí que tiene, pero por mucho que su capacidad sea finita, no puedo quejarme en absoluto.

El día no hacía más que comenzar, al igual que las sorpresas. Fue un poco antes de comer, que llegó un paquete gigante a mi puerta. Era un archivador que Bruno me mandaba como muestra de amistad. Con cierto esfuerzo, logré no sólo meterlo en casa, sino incluso encontrarle un hueco donde quedaba la mar de chulo. Un archivador era algo que en un principio no entraba en mis planes, pero luego, pensándolo, me di cuenta de lo útil que podía ser. Viviendo solo uno acumula muchos papeles: facturas, resguardos, cartas del banco... cosas que en definitiva se deben de guardar en lugar seguro para que nadie pueda reclamarte después, o más exactamente, si lo hacen, poder asirte a algo real para defender lo que es tuyo, un archivador era el instrumento ideal para mantenerlos ordenados y a resguardo. Abrí la carpeta donde guardaba todos los papeles hasta ese momento, y luego abrí la gran boca del archivador para proporcionarle el alimento que tanto ansiaba. Allí estaban mis camisetas.

Ojos, platos, confusión generalizada, ingredientes de un cóctel de incomprensión que uno sostiene cual cubata mientras danza en busca de la cámara oculta. No sólo mis camisetas, todo lo que se supone que estaba en mi cómoda, estaba allí. Sin encontrarle una razón de ser, y tras varios minutos repasando mentalmente mis últimos movimientos, concluí que de algún modo alguien había sacado todo lo que en mi cómoda había, y lo había metido en el archivador sin yo darme cuenta, durante algún descuido. Algún bromista andaba suelto. Dispuesto a no dejar que aquello me afectase, saqué las camisetas con la intención de dejarlas en la cómoda, y hacer el mismo proceso con todo lo demás. Como era lógico, mis camisetas no estaban en la cómoda cuando la abrí... pero sí todo lo demás. ¡Me estaba volviendo loco! Intenté serenarme y pensar con la cabeza fría. Finalmente concluí que la única manera de saber si alguien me estaba tomando el pelo o no, era poner los dos armarios juntos, y abrirlos al unisono. El resultado no fue inesperado, pero sí complicado de asimilar. De algún modo aquellas cómodas estaban interconectadas, de tal manera que al meter algo en una, ese algo quedaba almacenado también en la otra, y al extraerlo, era extraido de las dos simultaneamente.

A media tarde un armario azul hizo acto de presencia en mi vida. Con él terminé de confirmar que todo mueble concebido para el almacenaje que entraba en mi casa, compartía un mundo paralelo dedicado a albergar objetos de todo tipo. Una vez hecha la comprobación, introduje el armario en la cómoda por si en un futuro lo necesitara.

Y aquí me encuentro, intentando averiguar qué sentido puede tener todo esto, haciéndome preguntas que ahora no puedo responder. ¿Serán todos los muebles de Ynis así? ¿Por qué mis vecinos no parecen preocuparse de este hecho? ¿Lo sabrán? ¿Qué pasaría si alguien entrase en ese mundo paralelo? ¿Iría a parar a la cabeza de algún famoso como pasaba en la peli de Como ser John Malkovich? En fin, creo que intentaré olvidar este episodio de mi vida y aprovecharme de que tengo una cómoda con una capacidad de almacenaje descomunal. Después de todo no me gustaría que mi curiosidad matara a Tristán.

domingo, abril 02, 2006

seguros piloña, no va de coña

Creo que nunca os he hablado de El Pinki. El Pinki es uno de los muchos personajes estrambóticos que he conocido a lo largo de mi vida. De hecho han sido tantos, que cuando relato a mis conocidos las anécdotas relacionadas con ellos, la reacción normal es una descomunal sorpresa y alucine inicial, que se va esfumando con cada nueva vuelta de tuerca, para terminar en una sucesión de caras largas e incredulidad general. Es como si la mecánica que utilizo habitualmente para narrar mis vivencias personales fuesen demasiado rudimentarias para transmitir con éxito las historias de estos pintorescos personajes.

La época era mi adolescencia, cuando El Pinki entró en mi vida. Por aquellas yo acudía a una ludoteca a jugar a rol... rol... añoranza... lagrimillas morriñeras... bien, empecemos de nuevo. La época era mi adolescencia, y mi tiempo se repartía entre los recreativos de enfrente del instituto y la ludoteca. Aquel era un lugar maravilloso, una mezcla entre un manicomio, un club de jubilados, el plató de "¡Qué grande es el cine!", una clínica de desintoxicación y allá donde se debían reunir los más grandes filósofos de la historia para debatir acerca de sus cosillas. Un sitio así de peculiar no podía acoger sino gente igualmente peculiar. Una de esas gentes era El Pinki, que no era ni el que estaba mejor, ni el que estaba peor, ni el más normal, porque si algo tenía El Pinki, es que no era normal.

Cuenta la leyenda, y nadie sabe si la leyenda es cierta o no, que la razón de su estado es que una vez cuando iba con su coche en posesión de una tableta de tripis, la policia le dio el alto. Antes de que el agente llegase junto a la ventanilla de su coche, Carlos Piloña se comió todos los tripis y se convirtió en El Pinki. No sé hasta que punto esta leyenda pueda ser cierta o no, la verdad. Por un lado, si alguien se metiese tal cantidad de ácidos en el cuerpo creo que implotaría, o en el mejor de los casos, perdería la vida. Por otro lado, si se diera el caso de que sobreviviese milagrosamente, sin duda sería como El Pinki.

A mi El Pinki me caía bien, y yo a él también, no sólo porque los dos compartíamos afición al dibujo, con la consecuente admiración mutua, sino por aquellos ojos de niño travieso que le acompañaban allá donde fuera. Por esa alegría perpetua inducida por los ácidos pero gestionada por un alma jovial. El Pinki estaba mal de la cabeza, sí, pero su corazón funcionaba perfectamente, era una gran persona, y espero que lo siga siendo, aunque no temo por ello. Alguien que ha trabajado como payaso en un circo italiano nunca podría ser malo.

Cuando yo lo conocí ya nadie lo trataba como Carlos Piloña, básicamente porque cada vez que entraba por la puerta lo hacía informando. "Ey, que soy El Pinki, buaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh", era su grito de guerra. Con el paso del tiempo su nombre real cayó en desuso. Fue cuando me contaron a qué se dedicaba cuando descubrí su nombre. El Pinki era un agente de seguros. Había abierto una empresa llamada Seguros Piloña, el lema; "Seguros Piloña, no va de coña". Un mes después de que me contasen aquello vi al Pinki en la ludoteca, con el Trajín, un periodico especializado en ofertas de trabajo. Aún a día de hoy sigo sin entender como es posible que aquel negocio cerrase, ¿Cómo alguien puede negarse a hacerse un seguro con un desconocido que viste cara de loco, y que al abrirle la puerta suelta: "Seguros Piloña, no va de coña", y cuando muestras cara de confusión y preguntas qué quiere, quién es, te responde: "Ey, que soy El Pinki, buaaaaaaaaahhhhh"?

Esta mañana al salir de mi casa me esperaba un topo con gafas y una maletita colgando de su brazito. No se llamaba El Pinki, pero sí que trabajaba para una aseguradora. No sé como ha sido, qué ha pasado, pero he querido ver en su torpeza dialéctica, en su falta de convicción, a El Pinki. No ha sido algo totalmente consciente, pero por un momento he imaginado cómo se sentía él, cada vez que un cliente se escudaba en su locura para rechazar la seguridad de Piloña. He empatizado con su recuerdo y lo he superpuesto al rostro del topo asegurador. No he escuchado nada de lo que me decía, no me interesaba, sólo repitía una y otra vez en mi mente aquello de "Seguros Piloña, no va de coña. Ey, que soy El Pinki, buaaaaaaaaahhhhh", como si de un mantra se tratase.

Al final el topo poseido por la memoria de El Pinki ha ganado mi firma, y yo un seguro de vida a todo riesgo. Unos minutos después unas abejas me han hecho un mapa en la cara, y acreedor de una indemnización.

¡nena ven y míralo!

¿Nunca os habeis preguntado qué requisitos debe uno cumplir para disfrutar de un mercadillo? Yo tampoco, pero sí que me he planteado la necesidad de su existencia. Una vez por semana en unas cuantas calles de cada pueblo o ciudad, se levantan decenas de puestos atestados con objetos de dudosa procedencia tasados a precio de saldo. ¿Para qué? Es un enigma.

En los stands uno puede encontrar desde bolsos, hasta la ropa interior más picante, pasando por juguetes para el niño y la niña, material escolar o todo tipo de calzado. A priori deberían ser sitios de bien si nos atenemos a estos hechos. Nada más lejos de la realidad. Os animo a probar de leerle esta descripción a alguien, a ver si adivina que os referís a un mercadillo. Intentad ahora con "lugar atestado de marujas encolerizadas en busca de un par de bragas de oferta, vociferando por conseguir una minucia en forma de paupérrimo descuento, con la gitana de turno, la cual a su vez anima a gritos la compra en su gloriosa parada de las ofertas más suculentas, todo ello mientras unos alegres cabroncetes se dedican a la caza de carteras, de las cuales una amplia mayoría estarán, vacías ya, en diversos puestos a la semana siguiente". ¿Quál creeis que es más fiel a la realidad?

Entendereis pues mi inquietud cuando ayer Apolo (una majestuosa águila macho que habita en AsturiaX, un pueblo vecino) me dijo que hoy por la mañana habría mercadillo, Me imaginaba mi plácido pueblo lleno de ruido y gentuza, pisoteando y destreyéndolo todo en su frenesí consumista. Tal cual hacemos la humanidad con el planeta. En el tablón de anuncios de Ynis apareció el siguiente mensaje confirmando la infausta información de Apolo:

"El mercadillo será mañana. ¡Deshazte de lo que no necesites y aprovecha las gangas!"

Afortunadamente, la historia de hoy no ha tenido tintes trágicos.

Ynis es un sitio diferente, y una muestra más es su mercadillo. A grandes rasgos consiste en que cada uno prepara en su casa los muebles que quiere vender, y visita las casas de los demás para ver si hay algo que le interese. Rápido, sencillo y limpio, así es el mercadillo de Ynis. Además, dura todo el día, por lo que nadie va con prisa, lo cual siempre es de agradecer. Vamos, que todo son ventajas.

Personalmente, la experiencia me ha gustado. He vendido bastantes cosillas que he ido consiguiendo a lo largo de la semana, y me he hecho con algunas otras que me han gustado y/o me serán de utilidad en el futuro. Teniendo en cuenta que muchas de las cosas de las que me he desecho provenían del vertedero municipal y de objetos perdidos, no me puedo quejar, y no lo voy a hacer.

sábado, abril 01, 2006

bruno dixit

"¡No es que me enorgullezca decirlo, pero mis muebles tienen un aroma masculino!"


Me ha dicho Bruno al ir a su casa durante el Mercadillo de hoy. Bruno es el mejor.

me, myself and i

Report rápido para informar de que me he hecho una fotillo de carné para que veais el aspecto del que esto escribe. Aquí a la derecha lo podeis ver. Pronto haré una de cuerpo entero, que espero os guste.