martes, agosto 29, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - cuarta entrega

Una mañana Lulú abandonó su casa como siempre la abandonaba por las mañanas, convencida de que había superado su desamor y era por fin un alma libre en proceso de sanación. Se dirigió hacia la zona más alta del pueblo, convencida de que no volvería nunca más al río. Paseó entre los arces, saludó a las ardillas que correteaban por los troncos, se tumbó sobre la hierba y recibió con una sonrisa el sol de primavera. Luego, con el objetivo de marcar aún más en su cabeza la distancia que la separaba de Ossco, caminó hasta la casa de Jaspi. Desde lejos se olían ya las flores de su jardín, y al olerlas Lulú sintió una felicidad hasta entonces desconocida, que atribuyó a la libertad de la que gozaba por fin su corazón.

Canturreando una canción llegó por fin a la casa del oso bueno y llamó a la puerta; nadie respondió. Como todo el mundo sabía que Jaspi era un oso de gran corazón, Lulú no sospechó que pudiera estar escondido tras las cortinas celestes de su ventana, observando con horror la enorme sonrisa de la hipopótamo y temiéndose el siguiente destinatario de los llantos nocturnos. Así que Lulú, aún canturreando, se alejó de la puerta y Jaspi, exhalando un enorme suspiro, regresó a la cocina donde había una montaña de pétalos secos de flores exóticas que procedió a introducir en pequeñas bolsas de plástico con algún fin desconocido pero necesariamente bueno, por ser Jaspi el oso bueno del pueblo, como todo el mundo sabía.

sábado, agosto 26, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - tercera entrega

Siento el retraso de la tercera entrega. No ha sido por alimentar ese ansia animal que ha despertado el cuento, ni por ver cómo os subías por las paredes y pulsabais F5 compulsivamente esperando que de un momento a otro el blog se actualizara. No soy tan cruel. Ha sido culpa simplemente de mi espalda, que ya no está para los trotes a los que la someto (básicamente mover el ratón de arriba a abajo todo el día, mientras giro el cuello en dirección a la pantalla). Ahora que parece haberse recuperado, me dispongo a saciar vuestra sed con una tercera entrega del tan esperado cuento de Ossco y Jaspi. Aprovecho para aclarar que las entregas son cortas para alimentar la emoción, y no porque pretenda usar tres páginas de cuento para actualizar el blog durante tres meses. Nada más lejos de mi intención.



* * *

Y efectivamente, la chispa que inició la guerra en el apacible pueblo fue el amor. El amor que Lulú sentía por Ossco, el fuego que alimentaba cada mañana cuando lo observaba tras los árboles, sus protuberantes caderas ocultas apenas por los troncos de los cerezos. El amor del que pretendía deshacerse cada noche a través de llantos inacabables que despertaban a los vecinos y de los que más de una vez se había tenido que ocupar Vigilio, el policía del pueblo.

Cuando Vigilio recibía una llamada a partir de las once de la noche, sabía perfectamente que se trataba una vez más del desamor de Lulú. Antes de dirigirse a la casa de la hipopótamo se apretaba el cinturón, ensayaba el tono de voz grave con el que se dirigiría a ella, con el que la amenazaría con pasar una noche en el calabozo si era incapaz de contenerse. Pero cuando los ojos rojos aparecían tras la puerta, lo único que lograba abandonar su garganta eran apelativos cariñosos, frases de consuelo a las que Lulú se agarraba para soltar los llantos una vez más, ocasión que él aprovechaba para abrazarle la espalda y oler la colonia de su pelo.

Vigilio era un policía serio, responsable, alguien que se tomaba muy en serio su trabajo y no necesitaba de ayudantes para mantener la ley y el orden en el pueblo. Sólo frente a las lágrimas de Lulú perdía toda su compostura, y si hubiera podido convertir sus esposas en ramos de flores lo hubiera hecho sin dudarlo, y las hubiera colocado en las manos de la hipopótamo más bonita del pueblo.

Las visitas de Vigilio terminaban siempre frente a dos tazas vacías de chocolate en el comedor de Lulú, con el sol entrando tímidamente por la ventana, después de horas interminables de conversación en las que Lulú sollozaba sus sentimientos hacia Ossco mientras Vigilio escondía las ganas de besar sus lágrimas tras frases de ánimo, sonrisas y caricias en el dorso de la mano. Cuando por las mañanas abandonaba la casa de Lulú, notaba cómo había crecido en su pecho el odio por Ossco.

sábado, agosto 19, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - segunda entrega

Jaspi y Ossco no eran amigos, y eso era algo que también todo el mundo sabía. Nadie recordaba haberlos visto jamás juntos, y ni Jaspi se acercaba nunca a la zona del río, ni Ossco a la zona de los arces. En los acontecimientos públicos tales como la celebración de fin de año frente al río, o la muestra de tarjetas de san Valentín que se organizaba cada año en la plaza del ayuntamiento, o bien se colocaban en extremos opuestos y evitaban el contacto visual, o bien alguno de los dos se quedaba en casa, siendo este último normalmente Ossco, por su naturaleza hosca y por ser un oso malo, como todos sabían.


A pesar de no haber presenciado nunca una sola disputa entre ellos, la enemistad se daba por supuesta entre los habitantes del pueblo, y a menudo se explicaba remontándose a tiempos remotos que nadie recordaba porque sencillamente ninguno de ellos había nacido aún por aquel entonces. Porque los osos viven más que las gallinas, las vacas, las ranas e incluso los caballos, y por eso mismo Jaspi y Ossco no sólo eran los únicos osos del pueblo, sino también los habitantes más mayores. Eso dejaba plena libertad a los otros animales para inventar historias de herencias y rivalidades amorosas que daban perfecto sentido a esa enemistad, ya que los aldeanos consideraban el dinero y el amor las dos únicas fuerzas capaces de mover el mundo.

miércoles, agosto 16, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - primera entrega

Fresquito, ante la posibilidad de que el éxito de mis cuentos eclipse el de sus dibujos, ha sometido la tableta gráfica a una actividad frenética que no sé yo si el aparatejo va a resistir durante mucho tiempo. Por si acaso, y porque me lo pedísteis, fieles lectores a quienes me debo, he decidido colgar otro texto.

No es un cuento, ni lo he escrito hace poco. Lo empecé hace unos meses, inspirada por la atmósfera tan risueña y animal de Ynis (no olvidemos que Ynis es el lugar paradisíaco donde reside Fresquito, y donde realizaba yo hace un tiempo mis labores de reportera). En principio era un cuento largo. Lo pensé, incluso escribí el esquema en el que me fijaría a la hora de escribirlo. Sólo me faltó esto último: escribirlo. Empecé, rellené tres páginas y lo abandoné, tal como viene siendo habitual en mí.

Así que he decidido ponerlo a prueba y darle así una segunda oportunidad. Colgaré hoy el principio, otro día una segunda parte, otro una tercera, y si tiene éxito, si vosotros, lectores voraces, reclamáis más, entonces tal vez lo vaya terminando para poder seguir con las entregas. Si no reclamáis más puede ser que también lo termine, si me apetece, y hasta que siga colgando entregas, sólo que en ese caso será una tarea sin sentido, como tantas otras que realizo a lo largo del día.

Sin más preámbulos os dejo con la historia de Ossco y Jaspi, dos personajes entrañables.


HISTORIA DE OSSCO Y JASPI

Capítulo primero


Había una vez un pueblo muy pequeño donde vivían un oso malo y un oso bueno. Había más habitantes, como la rana simpática, la oveja presumida o la gallina feliz, pero ninguno de ellos hizo nada en especial, a parte de pescar, recoger frutas o jugar al dominó. Ninguno, excepto los osos, inició una guerra.

Ossco, el oso malo, vivía en un extremo del pueblo. Su casa reposaba frente al río, y le gustaba sentarse en una silla de madera y observar el agua pasar. De vez en cuando al río se acercaba Lulú, una hipopótamo de estruendosa cursilería cuyos sentimientos por Ossco eran tan obvios, y habían durado tanto tiempo, que se consideraban ya patrimonio del pueblo, así como los eperlanos, las peras y los fósiles que aparecían debajo de las piedras de vez en cuando. Tan sólo Ossco parecía no percatarse de ellos, aunque se rumoreaba que no era más que una estrategia para evitarlos.

Jaspi, el oso bueno, vivía en la zona más alta de la aldea, y enormes arces del color de la miel rodeaban su casa. La mayor afición de Jaspi era el cultivo de flores exóticas. A pocos metros de su casa, en una extensión parecida a un río de colores, crecían flores de todo tipo que Jaspi plantaba con cuidado cada primavera, y regaba a diario en cuanto oscurecía. A consecuencia de ello todas las casas cercanas, entre las que se encontraban la del caballo asmático y la de la vaca sin cuernos, gozaban del perfume dulzón de las flores. Y por eso todos querían a Jaspi. Por eso y porque era un oso bueno, y eso lo sabía hasta Juana, una deficiente mental que cada domingo salía a la calle cargada de nabos y se empeñaba en presentarlos como artículos de valor que los vecinos, por pena y hastío, adquirían a cambio de unas monedas.

martes, agosto 15, 2006

efectos adictivos

Y sigo con mis pruebas tontas. Me he descubierto adicto a algo tan simple como pueda ser dar un efecto de luz. Y la verdad es que es una tendencia que debo empezar a reprimir, si no quiero que todo lo que haga acabe pareciendo un reciclado de efectos baratos. Pero bueno, dado el hecho de que la mayoría de dibujos no son sino pruebas, una vez completado el coloreado normal, no hay razón aparente para no intentar efectos más glamurosos. El resultado no es siempre brillante, pero para ir rompiendo mano, va muy bien.

sábado, agosto 12, 2006

head collector

Head Collector es un dibujo con una historia curiosa (que no interesante) tras de si. Fue durante la creación de un personaje de Ars Magica que dibujé este ser tan adorable. El personaje no era para mi, sino para un colega. Tras mucho tiempo de reflexión, había decidido hacerse un Hobbit típico y tópico, para una partida ambientada en la Tierra Media, en la época de la Guerra del Anillo. El argumento me lo curré mucho, muchísimo. La historia de la campaña se mezclaba de manera inapreciable con la propia del antiguo reino Arthedain. Me pasé horas y horas analizando el pasado de la zona, buscando un resquicio, un agujero en blanco donde poder aferrarme y desde ahí construir puentes entre la fantasía mía y la de Tolkien. Y al final lo encontré.

Tanto esfuerzo de documentación para que luego tu jugador se haga un hobbit típico y tópico. Por eso hice este head collector, creo que resume bastante bien lo que durante aquella creación sentí. A la hora de pintarlo he seguido una metodología totalmente diferente a la que venía usando. Cabe decir que no estoy muy satisfecho con el resultado final. Ha habido un momento en el que creñia tener todo bajo control, y de repente, ¡paf! Descubres que no, que se han mezclado dos capas que deberían de estar en diferentes planos, y que ya no puedes hacer nada, sino pasarte un buen par de horas retocando el dibujo. Conclusión, así se queda el dibujo, y a quien no le guste, que se aguante.

viernes, agosto 11, 2006

probando, probando

Pues sí, pruebas, pruebas es lo que de vez en cuando hago. Menos de vez en cuando de lo debido, lo reconozco. Hoy he hecho una prueba, directamente con la tableta, todo ello. Quería probar más que nada lo que es pintar con colores planos. También quería conseguir un efecto específico tipo "postproducción". Me gusta como me ha quedado este efecto, el otro no tanto, la verdad. Dibujar con la tableta es horrible, tan... tan frio... pintar tiene más gracia, eso sí.



Y ya que estoy de pruebas, aquí va otro rostro sin sentido. Esta vez dibujado a mano, porque me daba vergüenza ajena el otro. No se parece en demasía a mi estilo habitual, pero siempre va bien eso de probar a pintar y sombrear usando formas más toscas, de origen más geométrico.

Para que luego algunos digan que no escribo ni dibujo ni nada... y lo peor es que lo dicen con razón. Me voy redimiendo, me voy redimiendo...

dur series - johntest bravo

como un negro
como un cubata
como un cerdo

Vuelve este pequeño apartado, y lo hace con un personaje que nunca llegó a aparecer en el cómic, pero que sin embargo fue diseñado. Como algunos observareis, es un homenaje al gran Johnny Bravo, ¡juja! Oooooooooh nena. No voy a especificar de donde viene lo de Johntest, supongo que los interesados lo sabreis ya.

jueves, agosto 10, 2006

666.amor.tv

Focos que iluminan las columnas amenazantes, que se alimentan de vida entretegida; manos que se agarran sin esperanza, sin un mañana más allá del crepitante anochecer. Arde la tierra de las brujas, como si la Inquisición en su desierto existencial hubiese encontrado un resquicio por el que traspasar el velo del tiempo, y ahora, intentara recuperar todos los tics-tacs que ha perdido desde su desaparición. Miles de serpientes rojizas bucean entre la maleza, como lenguas obscenas que buscan los muslos de una meiga. Lenguas sin más, sin ojos, sin cerebro, sin corazón. Lenguas que lamen y frotan, que queman y abrasan. Lenguas que no hablan sino el lenguaje de la muerte.

Irse resulta tan sencillo, tan indiferente, es como si nunca hubieses estado allí. Nadie te echará de menos. Nadie echará en falta tus pasivos abrazos, tus correrías, tus vuelos, tus paseos nocturnos, o tu furtivo caminar. Nadie te llorará mientras no tengas un collar en torno al cuello, o un porche a tu cobijo. Nadie pensará en el individuo vivo que fuiste, en la cantidad de energía que invertiste para llegar a ser lo que eras antes de convertirte en un ascua con cierto regusto a pino, zorro o ardilla. Nunca pediste nada a nadie, siempre fuiste a tu aire, siguiendo la senda que tu naturaleza te marcó. Hasta que aquel brillo se cruzó en tu camino, aquel antinatural signo de humana inhumanidad. Mueres arrancado del lugar en el que creciste, ascendiendo al cielo que siempre miraste con desconfianza, sin la compensación de convertirte en una cifra siquiera. Cruel destino que tus asesinos no compartirán.

Lo que nosotros compartiremos serán tertulias, y ruedos informativos y de opinión. Compartiremos todo menos sentido común; no se puede compartir algo que no se tiene. Pero no temais, podremos compartir mentiras, medias verdades y falsedades rotundas. Una amalgama de máscaras y sentimientos devaluados, comprados en la tienda de los veinte duros. Lo siento, pero la consternación es el sentimiento que cotiza al alta esta semana, sino tal vez ni lo sentiría. Si quieres euforia tendrás que esperar a que Alonso vuelva a ganar una carrera. Todos podemos ser corredores en la bolsa de los sentimientos artificiales, es la gracia del asunto, y el misterio de su éxito. Es tan simple como enviar un sms al 666 poniendo AMOR en el mensaje y esperar a que la sonrisa bobalicona se esculpa en nuestro rostro. O encender la televisión y esperar a que el milagro sea obrado.

Y mientras tanto, a ti, mi querido jabalí, no te dejarán ser ni un maldito número.

domingo, agosto 06, 2006

Un sacrificio necesario

La incipiente adicción de Fresquito al fútbol americano amenaza con convertir este blog en uno más de los miles de blogs que empezaron su vida con ilusión y acabaron luego abandonados, condenados a flotar en la blogosfera con la misma sonrisa bobalicona con que nacieron, abandonados sin compasión. Como los cuadernos que se empiezan en el cole en septiembre, y se estrenan con buena letra y el uso de múltiples bolígrafos de distintos colores —rosa para el título, azul para los números, negro para las letras, amarillo para la fecha—, para acabar arrugados, sucios y llenos de garabatos hechos con el primer bolígrafo que se tiene a mano.
Eso va a sucederle a Ynis si Fresquito no recupera el juicio. Y dado que eso parece algo difícil, al menos a corto plazo, me veo obligada a hacer algo. Algo como colgar uno de mis aclamados cuentos que sin duda os mantendrá, a vosotros, lectores anónimos, ávidos de nuevas actualizaciones. Todo sea por el bien de Ynis.



Cuento sin título (y largo, sabe Dios que largo)


Yo te oía, pero tuve que ignorarte para no volverme loca. Me decías ve, y me decías hazlo y me decías dilo, y luego, cuando no te hacía caso, te enfadabas conmigo; podía notar tu rabia en mi cabeza, rozándome el cráneo, amenazándome con convertir en realidad mis peores pesadillas. Al principio te hice caso porque tenía miedo. Miedo al destino, y a las represalias, confianza en tu inexistencia, en que fueras tan sólo la voz de mi intuición. Pero te enfadabas. Debía hacer las cosas cuando me las ordenabas, y tal como tú querías que las hiciera. Una vez me pediste que limpiara todas las persianas de la casa. Para distraerme, dijiste, para hacer algo positivo con mi ociosidad, para aprovechar la energía física propia de mi juventud. Las bajé, tal como sugeriste, y pasé dos horas limpiándolas bajo la luz de la lámpara del comedor. Cuando llegó mi madre me encontró de rodillas frente a la persiana del balcón, chorreando suciedad, sumida en la noche de las cuatro de la tarde. Su reacción fue hasta cierto punto previsible; abrió mucho la boca, preguntó qué estaba haciendo, por qué limpiaba las persianas, por qué tenía la luz encendida; se acercó mucho a mí, buceó en mis ojos, preguntó: ¿estás bien? Odio esa pregunta retórica que sólo admite como respuesta aquello que es obvio que es mentira. Sí, claro, respondí. Luego volví a subir las persianas, que gotearon polvo durante un buen rato, me duché, puse cara de felicidad, y cuando mi madre volvió a mirarme a los ojos, confundida aún, asustada, le di un beso en la mejilla y salí a dar un paseo. No me preguntó nada más. Y tú te enfadaste. Empezaste a llamarme cobarde, irresponsable, a pedirme a gritos que hablara con ella. Pero no podía hablarle de ti, y eso lo sabías muy bien. Si lo hubiera hecho me hubiera mandado a un psicólogo, o a un psiquiatra, a cualquier matasanos cargado con pastillas destinadas a hacerte desaparecer. Y eso tú no lo querías, sólo querías que hablara con ella de otros aspectos de mi vida; de Carlos, de Amanda, del acné y los kilos de más, del futuro. Que fingiera ser una joven normal con problemas absurdos y la hiciera sentirse una madre normal con una hija tan absurda como todas las demás. No podía. Y te enfadaste. Me empezaste a gritar. Me llamaste pusilánime, ególatra, timorata. Usabas ese tipo de vocabulario anticuado y lo repetías sin parar durante la noche, como música de fondo de todos mis sueños y pesadillas.

Empecé a odiarte. Me exigías cosas que no podía hacer. Querías que me pusiera en ridículo en pos de mi supuesto bien que nunca llegaba. Tampoco llegaban los castigos, o eso parecía al principio. Cuando me pediste que besara al hombre del bar, el que mostraba parte de su trasero sobre la línea de los tejanos, el que sudaba sin parar al tiempo que llenaba su enorme estómago de cerveza y se secaba el bigote mojado con el antebrazo, y me sonreía, me sonreía porque me habías obligado a mirarlo y a sonreírle, no pude hacerte caso. Tuve miedo de que me violara, de que me siguiera hasta mi casa, de que me cogiera del brazo y me lanzara al suelo y me destrozara. Pero sobre todo sentí asco. Y me levanté, fui a pagar la cuenta No, el señor ya ha pagado por ti y la cara socarrona del camarero, y esa sonrisa repugnante más cercana, casi pude olerla, y tú que me ordenabas, que me gritabas, que me alejabas de la realidad a la que pretendías acercarme por mi bien. Noté las miradas en mi espalda como monos obesos agarrados a mis costillas, las colas rozándome las orejas, las patas tapándome los ojos. La puerta se cerró tras de mí y en la oscuridad de la calle tuve más miedo de ti que del hombre. Caminé de prisa, aterrorizada por el enorme silencio que guardabas en mi cabeza, temiéndome a cada paso un desenlace terrible. Imaginaba la muerte de mi madre, la enfermedad de mi madre, accidentes, infartos, sangre, hospitales, ausencias definitivas. Llegué a casa con el corazón en el cuello, y cuando la vi sentada en el sofá viendo la tele, los ojos se me llenaron de lágrimas y me metí en el lavabo a llorar. Seguías callada cuando me lavé los dientes, cuando dije buenas noches, cuando me dormí. Sólo en sueños te atreviste a volver a hablar, y esa vez tu voz sonó suave, aterradoramente cariñosa. Desperté en medio de la noche; no sé si grité, imagino que no, porque nadie acudió en mi ayuda como había pasado otras veces. El corazón me latía tan fuerte que pensé que me ibas a matar, y a pesar de ello logré levantarme de la cama y escribir en una hoja el nombre de mi asesina, tu nombre, la palabra que te describe, seas quien seas. Volví a dormirme creyéndome muerta, y cuando desperté por la mañana el garabato nocturno me pareció infantil y me arrancó una sonrisa.

Te odiaba. Me dije que no me dabas miedo. Me dije que no te oía, y lo repetía cada vez que me hablabas, no te oigo, no te oigo, no te oigo, en voz alta en el autobús, ante las miradas atónitas y morbosas de los viajeros, por la calle, andando con los brazos cruzados como si mi cuerpo necesitara mi propio abrazo para exorcizarte. Mi madre volvió a preguntarme si estaba bien, se lo confirmé, y un día me di cuenta de que era verdad. No te habías callado, seguías tu perorata incansable, me insultabas, me aconsejabas, me sugerías por mi propio bien. Pero lo hacías de un modo menos agresivo, en voz baja, y a veces incluso te ponías a cantar conmigo; escuchábamos juntas los discos de Mecano, cada una fingiendo que la otra no estaba, y cantábamos y yo me reía porque me sentía loca, pero era una manera agradable de estar loca y de serlo y de vivirlo. Al cabo de un mes me llamaron al instituto. Mi madre había caído por las escaleras. Nada grave, está bien, no te asustes, ve al hospital. Fui. Por el camino me temblaban las piernas y todas las articulaciones, y tú me seguías hablando y yo te escuchaba. No me atrevía a ignorarte. Incluso te pedí que todo fuera bien, te llegué a prometer que haría lo que fuera si protegías a mi madre, si hacías que estuviera bien. Llegué a ese lugar de blancos sucios y esperanzas sucias y olor aséptico, y mi madre me sonreía, y estaba bien, un poco pálida, una pierna rota, su preocupación y la mía eran opuestas y aún con una sola pierna buceó en mis ojos y me lo confirmó: Estoy bien, no ha sido nada, tranquila.

Me convertí en tu esclava durante un tiempo. Por miedo y por una especie de extraña deuda, te obedecía. Además tus órdenes no eran tan desproporcionadas, eran incluso razonables, y obedeciéndolas estudié más de lo necesario, compré unas cortinas nuevas para el comedor, hice dos veces autostop para llegar antes a casa y pasé tres tardes en una residencia de ancianos asegurando que necesitaba la experiencia para un trabajo del instituto. No pude obedecer tu última orden. ¿Cómo podía creer que si me lanzaba a las vías del metro no me iba a ocurrir nada? Los primeros días me acercaba, miraba la distancia entre las vías, el roce cortante de las ruedas cuando el convoy llegaba, serpiente enorme y angustiada. Tú insistías, me amenazabas, me hablabas de enfermedades y muerte, y una vez fingí que mi carpeta resbalaba hacia las vías y bajé a buscarla, poco antes de que aparecieran las luces. La gente gritó, un hombre se lanzó y me subió en brazos, una mujer rubia y obesa me gritó tan fuerte que no pude oírte. Cuando por fin me alejé por el pasillo, abrumada, pude oír tu risa.

El desprecio era mayor que el miedo. Compré una libreta de tapas rojas y cuando me hablabas la abría y escribía todo lo que me decías. Me convertí en tu secretaria, en la escribana del diablo, en el espejo fiel de todos tus pensamientos. Si me amenazabas con algo que aún lograba asustarme abría la libreta, y tras apuntar la amenaza leía todo lo que me habías dicho hasta el momento y me daban ganas de reír. Me parecías ridícula, absurda, desproporcionada, teatral. Y me reí de ti. Me reí tanto que te cansaste y te fuiste.
Me he acostumbrado al silencio, a oír sólo mis propios pensamientos, a hacer sólo lo que a mí me apetece hacer, sin órdenes, sin consejos, sin amenazas. Tú sigues observándome, lo sé porque te veo en otros. Te alojaste una temporada en un vecino. Lo veía en la ventana por las noches; subía y bajaba las persianas, una, dos, tres veces; a veces se asomaba y miraba la calle con una sonrisa ciega, se llevaba las manos a la cabeza, gritaba, cerraba las persianas de golpe. Yo lo observaba con los ojos llenos de lágrimas, pero nunca me atreví a visitarlo, darle un abrazo, hablarle de ti. Sabía que era lo que tú querías que hiciera y por eso no lo hice. Un día su persiana dejó de levantarse y no lo volví a ver. Ayer, justo ayer, te vi en una niña. Yo caminaba entre la gente, en la calle más transitada, aquella en la que te gustaba insultarme cuando aún te creía. Me viste a pesar de todo, desde una niña de apenas dos años, desde un cochecito me viste y me vi obligada a mirarte. Y me sonreíste. Una sonrisa suave, dulce como cuando me hablabas por las noches. Yo te aguanté la mirada un segundo, dos, concentré en mis ojos todo el odio que aún te guardo en las entrañas. Luego me abrí paso entre la gente, corrí como si me persiguiera un hilo de fuego, corrí y grité para que sepas que no vas a volver, no vas a volver, no vas a volver, no vas a volver.