domingo, septiembre 24, 2006

pieses

miércoles, septiembre 20, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - novena entrega

Una mañana como tantas otras, Ossco reposaba en su silla de mimbre cuando Jaspi se plantó frente a él de un salto y le clavó la mirada más pérfida de la que un oso es capaz. Mirada de zorro, de tigre, de hiena a punto de atacar.

— ¡Villano! —le lanzó esta palabra a Ossco como si de una bala se tratara. Ossco le aguantó la mirada y luego lentamente cruzó las piernas y se colocó una mano bajo la barbilla.
—¿Querías algo, querido Jaspi? —preguntó con todo el sarcasmo del que es capaz un oso malo.
—¡Bellaco! —escupió de nuevo Jaspi, y la boca le temblaba, sin duda por articular tales palabras a las que no estaba acostumbrado. —¡Cómo te atreves a tocar mis flores!
—¿Tus flores? por nada del mundo me acercaría yo a tus flores. Apestan tanto como tú.
Jaspi abrió mucho la boca. Luego la cerró. Dio una patada a la silla en la que reposaba Ossco y el oso malo fue a parar de bruces al suelo. Desde allí vio cómo Jaspi arrancaba las florecillas de su jardín una a una y pisoteaba luego la tierra para arrancar las raíces. Cuando ya no quedaba más que el marrón de la tierra vacía, Jaspi se giró hacia Ossco y lo amenazó:

—Como te vuelvas a acercar a mi plantación, te tiraré al río con una piedra atada al cuello. Y ni la gorda esa podrá salvarte.

Luego se alejó a toda prisa por entre los árboles y Ossco lo oyó canturrear una canción alegre típica de los osos buenos cuando están contentos. También oyó una especie de gruñido ahogado que parecía venir de los árboles, pero no le dio importancia porque bastante trabajo tenía en levantarse y arreglar la silla. Lulú, con los dos puños dentro de la boca para ahogar su rabia, planeaba ya la venganza.

jueves, septiembre 14, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - octava entrega

Al cabo de unos días la florecilla rosa había alcanzado el tamaño de una zarpa de oso, y a su alrededor habían crecido cuatro flores más, de distintos colores. A Ossco nunca le habían gustado las flores, ni los colores; sin embargo, alrededor de estas colocó una fila de piedras que recogió del río, y cada noche, antes de acostarse, se dedicaba a regarlas y a contarles cosas en un tono de voz tan bajito que ni las flores hubieran logrado oír si hubieran poseído oídos. No comprendía qué le ocurría, pero la presencia de esas flores le llenaba el pecho de cosquillas y otorgaba sentido a su vida. Cada mañana, antes de abrir la puerta de su casa, se asomaba a la ventana que había justo encima de ellas, y las observaba con una sonrisa en los labios.

Lulú, por su parte, lo observaba todo desconcertada: Ossco, el oso malo, se había convertido en un afeminado.

domingo, septiembre 10, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - séptima entrega

Los días siguientes pasaron sin pena ni gloria. Lulú tuvo que aceptar una vez más su incondicional amor por Ossco, lo cual en el fondo alegró a Vigilio, pues ello le permitía pasar todas las noches secando las lágrimas de la hipopótamo, y le permitía también focalizar hacia un ser concreto el odio que le creaba la frustración de no poseerla.


Ossco pasó unos días sin salir de casa. Nadie se dio cuenta, excepto los pajarillos que revoloteaban cerca del río. Nadie en su sano juicio se acercaría a la casa de un oso malo. Y por eso nadie supo tampoco por qué lo hizo. Tal vez se sintió indispuesto, o demasiado holgazán para levantarse de la cama, o temió encontrar a la hipopótamo oculta tras un escuálido árbol. Cuando por fin abandonó su casa y, tras llenar sus pulmones de aire fresco, lo primero que vio, al lado de la puerta, fue una minúscula flor rosácea cuyo tallo había osado atravesar la tierra y mostrarse en su jardín sin flores. Pero, al contrario de lo que hubiera sido lógico en un oso malo, Ossco no se apresuró a pisotearla sin piedad. Lo que hizo fue agacharse y observarla con detenimiento; tocó sus pétalos, sus hojas, acercó la nariz y sintió unas cosquillas irreprimibles en las entrañas. Sonriendo con la sonrisa afable y despistada del abuelo que acaba de ver pasar a su nieto favorito, se sentó en su silla de mimbre frente al río y pensó que la vida, a veces, era bonita. No sabía que la aparición de esa flor le demostraría todo lo contrario, como tampoco sabía que los ojos de Jaspi lo observaban tras un árbol apartado.

miércoles, septiembre 06, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - sexta entrega

Ossco descansaba en la silla de mimbre que colocaba cada mañana frente al río. Tenía los ojos cerrados y su barriga ascendía y descendía pausadamente al tiempo que su boca emitía un suave ronquido. Lulú lo observó tras un árbol largo rato, las manos cerradas sobre el ramo de flores, los pies de puntillas, los ojos abiertos y brillantes como perlas que aún no han abandonado la ostra. El tiempo parecía detenido y lo hubiera estado si de Lulú hubiera dependido. Los pájaros que observaban la escena desde las ramas del árbol tras el cual ocultaba su cuerpo la hipopótamo suspiraron también con resignación cuando la observaron depositar el ramo de flores sobre la barriga de Ossco.

Cuando la hipopótamo abandonó la escena, corriendo de puntillas con una enorme sonrisa en los labios, echaron a volar, y sólo uno, escondido en una rama alta, pudo ver la cara de hastío con que el oso abrió los ojos y miró las flores de colores. Luego el pájaro voló a reunirse con sus compañeros, porque ya sabía que Ossco era un oso malo y nada de lo que pudiera hacer a partir de ese momento lo podía sorprender. Así que nadie vio a Ossco levantarse indignado de la silla con el ramo en la mano, blasfemándole al cielo, al río y a los árboles, ni lo vieron luego lanzarlo con fuerza al suelo, ni pisotearlo luego con la rabia que sólo un oso malo puede emplear para pisotear las flores más bonitas del mundo.

domingo, septiembre 03, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - quinta entrega

Lulú, mientras tanto, llegó a la plantación de flores. Los colores se extendían hasta llenar un rectángulo los extremos del cual no alcanzaba a ver la hipopótamo. Las abejas danzaban risueñas sobre las flores, que temblaban con la brisa matinal y perfumaban el aire con el olor de la felicidad. La hipopótamo observó la escena con la boca abierta y las manos unidas sobre el pecho, como si la mismísima Virgen hubiera aparecido ante ella. Luego, colmada como estaba de felicidad, sintió las lágrimas asomarse a sus ojos, las mismas lágrimas que se asoman a los ojos de las personas colmadas de felicidad, pero que en el caso de Lulú sólo vinieron a recordarle que todo era una farsa, que en realidad la felicidad no se encontraba en ese extremo del pueblo sino ante el río, ante los ojos de hielo de Ossco.

Juntó fuerzas que ni ella misma era consciente de poseer y logró frenar el llanto. Inmediatamente una idea alegre e inocente como las abejas que revoloteaban a la altura de sus rodillas nació en su cabeza: recogería un ramo de flores exóticas, de esas flores que nadie más en el pueblo poseía y que, según rezaba la voz popular, eran capaces de llevar la alegría al ser más triste y apagado del mundo. Ossco era ese ser, y Lulú lo resucitaría para que pudiera así apreciar la grandeza del amor. Se secó las lágrimas con las manos temblorosas por la excitación y, tras comprobar que no había nadie cerca, recogió un ramo de flores exóticas. Lo hizo de tal modo que la ausencia de las flores pasara desapercibida, para no molestar a Jaspi, a pesar de que, tratándose de un oso tan bueno, estaba segura de que no se hubiera molestado. Una vez tuvo el ramo en la mano, echó a correr hacia el río, y los habitantes del pueblo, al oír la dirección que tomaban los temblores de la tierra, suspiraron con resignación.