sábado, febrero 24, 2007

Historia de Ossco y Jaspi - decimoctava entrega

Muy a su pesar, Jaspi despertó. Le dolía la cabeza, notaba en el estómago un profundo agujero, y con la boca seca como un trapo tendido al sol del verano, masculló una palabrota poco propia de un oso bueno. Ya de pie, se dirigió a una ventana del comedor: no había sido ninguna pesadilla. Una mancha negra lo miraba a los ojos desde donde antes le había sonreído su jardín. El jardín. Las lágrimas acudieron a sus ojos, pero antes de abandonarlos fueron calcinadas por la rabia. Sólo un animal podía haber cometido tal desfachatez, y sólo podía tratarse de Ossco. En realidad, susurró la razón de Jaspi, podía haber sido algún otro. No le faltaban enemigos en otros pueblos, y bueno, también podía tratarse de un accidente, estas cosas pasan de vez en cuando, una chispa... ¡Ossco! gritó Jaspi apretando los puños como si entre ellos estuviera su conciencia. Había sido Ossco, y debía pagar por ello. Ese pensamiento lo relajó. Se arrastró hasta la cocina y se preparó un café con leche. La cafeína siempre le había estimulado la creatividad.

En ese mismo momento, en la plaza del pueblo se celebraba una fiesta bautizada por la gallina feliz como La fiesta del amor. Los vecinos, vestidos con guirnaldas de flores, giraban cogidos de las manos al tiempo que cantaban canciones populares. Inconscientemente se despedían de la felicidad que se había apoderado de sus cabezas durante casi dos días; la serenidad regresaba a sus vidas.

miércoles, febrero 14, 2007

Historia de Ossco y Jaspi - decimoséptima entrega

Durante un día y medio la realidad perdió toda su relevancia en el pueblo. Algunos vecinos correteaban fatigosamente por los caminos convencidos de estar alcanzando velocidades ultrasónicas; otros los miraban y veían camellos sedientos, jilgueros ebrios, lenguas gigantescas que lamían las piedras. Como consecuencia, hubo vecinos que se escondieron bajo las camas, presas de un pánico insoportable, mientras otros se tiraban por los suelos víctimas de espontáneos ataques de risa que solían ir acompañados de un dedo índice que apuntaba hacia algo intrascendente.

Vigilio bailó salsa con el caballo asmático, convencido de que por fin había conquistado a Lulú. Ésta, por su parte, se unió a un grupo de vecinos que espontáneamente habían iniciado una clase de lo que ellos consideraban aeróbic en la plaza del ayuntamiento. Hubo un vecino que trepó a la copa de uno de los árboles más altos y se lanzó al grito de ¡Victoria!. El ayuntamiento fue invadido por un reducido grupo de vecinos con flores en el pelo que dedicaron la mayor parte del tiempo a actividades lujuriosas en las que se vio involucrada una gran cantidad de material de oficina. Incluso los pájaros parecieron celebrar fiestas entre las ramas de los árboles, y alguno hubo que se mezcló entre los vecinos, sintiéndose uno más.

Ossco, como cada mañana, salió de su casa y se sentó en la silla de mimbre frente al río. A lo lejos se oían sonidos poco habituales, risas, gritos, música. Pensó que tal vez era carnaval, o san Valentín, o navidad. Las festividades le traían sin cuidado, como cualquier otra cosa que llevara calor a los corazones del resto de habitantes: era un oso malo y sólo se complacía en su soledad. Al cabo de un rato vio un pájaro revolotear en círculos por encima del rió hasta que chocó contra el tronco de un árbol, en la otra orilla . ¡Será subnormal!, exclamó Ossco con una risilla cruel. Luego cerró los ojos, aún con una sonrisa en los labios, y se durmió, tal como hacía cada día.

miércoles, febrero 07, 2007

cara de tableta

viernes, febrero 02, 2007