Historia de una jirafa y un elefante
Camino rápido, apenas me queda aliento cuando llego a la tienda, me paro frente al escaparate, finjo ver, abro la puerta, lanzo el tintineo hacia la dependienta que me observa como si hubiera podido verme correr por las calles durante los últimos quince minutos. Le sonrío, siempre cordial, y saco de la bolsa de plástico que llevo en una de mis manos una jirafa de peluche. No funciona, me oigo decir en voz alta. La mujer frunce las cejas, mueve la cabeza como si la apartara del animal, y luego extiende las manos hacia él y lo examina. ¿No funciona? repite, y puedo sentir la mezcla de sorpresa y burla en su voz. No, digo yo, e intento que la negación suene fuerte y no deje lugar a sornas de ningún tipo. Es un peluche, afirma ella, y me mira a los ojos para decírmelo, como quien dice Eres tonto, o Eres adulto, o ¿No sabes coger una cuchara correctamente? Yo asiento con la cabeza, le quito la jirafa de las manos, la balanceo y le digo Ya lo sé, y no funciona. Ella mira la mesa dándose tiempo, luego me mira a mí y dice Veamos, estamos hablando de un peluche, los peluches no llevan ningún tipo de mecanismo, los peluches no pueden no funcionar. Gira la palma de su mano hacia arriba, como diciendo ¿Entendés? así, en argentino. Noto la sangre en mis mejillas, pero ya he empezado, empecé en el mismo momento en que crucé la puerta de la tienda, o no, mucho antes, cuando Laura me la lanzó a la cara, y de la cara al suelo, y la pobre jirafa sin nombre pareció un cadáver caído de un avión, caído ya cadáver. Le digo Los peluches deberían gustar a los niños, ayudarles a dormir, no sé, pero ella me corta con una negación rotunda de su cabeza, Si el peluche no le ha gustado a su hijo yo se lo puedo cambiar, pero no me diga que no funciona, porque eso no es cierto. ¡Claro que lo es! pienso, y digo De acuerdo, y pregunto ¿Tiene ovejas? y la mujer me lanza una mirada que dice Vos sos un boludo de cuidado y yo aparto la mirada porque soy imbécil y porque ella no es argentina, y luego la sigo hasta el rincón de los peluches, desde el cual la jirafa me llamó hace un rato. Levanta la mano para colocarla de nuevo en su lugar y luego se pone de puntillas, como una anciana que no llega a la repisa donde siempre ha guardado las galletas. Tiene espalda de anciana, aunque tal vez sólo tenga unos años más que yo. Se gira hacia mí y lleva una oveja en la mano. Es bonita, digo yo al tiempo que veo, literalmente veo, a Laura lanzándola por la ventana. Sí, lo es, corrobora ella mirando el peluche. Tenemos también tigres, camellos, no sé, ¿qué tipo de animales le gustan a su hijo? Siento deseos de decirle que es una niña, no un niño, y que no es mi hija, sino la hija de mi mujer, bueno, de la mujer que querría fuera mi mujer, y en realidad a quien le gustan las ovejas, ahora que caigo, es a su madre, y no sé cómo conquistar a Laura, que además tiene cierto grado de autismo, y lanza cosas por los aires y me ha mordido ya dos veces, no sé qué le puede gustar a una niña así, pero a mí la que me gusta es su madre, aunque en realidad Laura también me gusta, pero de distinta manera. Digo ¿Y algo que no sea un peluche? La mujer deposita la oveja en su lugar con una mezcla de sorpresa y de consternación. Sin mirarme a los ojos, pregunta ¿Algo como qué? No sé, digo yo, por ejemplo, ¿un animal de madera? y lo propongo porque al menos si es de madera cuando me lo lance recibiré el golpe que merezco. Se le ilumina la cara, Precisamente ayer me llegaron unos animales muy bonitos, y se dirige hacia el interior de la tienda, y yo sospecho que pretende sacarse de encima un juguete que almacena polillas en su almacén, porque aparece con una caja un poco gastada, del tamaño de un vaso aunque cuadrada, y de allí saca un elefante. Un elefante hecho de muchas piezas, una redonda enorme es su trasero, una tira de redondas de varias medidas son su trompa, unos ojos que parecen decir Hola pero con voz grave, con voz de soy tu regalo y punto. Lo acepto, aunque sepa que la mujer me ha mentido. Antes de volver a colocar la tapa, al tiempo que reprime la satisfacción de su rostro, me informa Vale un poquito más que la jirafa. Yo niego con la cabeza como quien dice No me molesta que me hayas pisado sin querer o Deja, eso ya lo haré yo luego, y le digo No importa, por si no queda claro. Veo cómo me lo envuelve, y veo su felicidad en el pelo pelirrojo que se mueve arriba y abajo, porque se aplica mucho en el envoltorio, como si Laura fuera a fijarse en eso, y hasta se lanza a ser cordial ella también, y me pregunta cuántos años tiene mi hijo. Tres, digo, y luego añado Es una niña. Ella sonríe, como si dijera Eso no cambia nada pero vale, y luego miente Estos animales suelen gustarle mucho a los niños, y yo sonrío, y ella sonríe. Cuando me devuelve el cambio se hace la graciosa Si el elefante tampoco funciona lo podemos cambiar también, y se echa a reír, para confirmar su gracia, y yo también río, por cordial nada más, pero respondo Esperemos que esta vez sí funcione. Abandono la tienda aún con una sonrisa y camino de prisa, y me digo ciertamente estoy enamorado. Dos días más tarde, aún con el chichón en la cabeza, sentado en el sofá al lado de su madre, veo cómo Laura abre la caja de cartón donde volvimos a guardar al elefante y se pone a jugar con él. Funciona.