Historia de Ossco y Jaspi - decimoctava entrega
Muy a su pesar, Jaspi despertó. Le dolía la cabeza, notaba en el estómago un profundo agujero, y con la boca seca como un trapo tendido al sol del verano, masculló una palabrota poco propia de un oso bueno. Ya de pie, se dirigió a una ventana del comedor: no había sido ninguna pesadilla. Una mancha negra lo miraba a los ojos desde donde antes le había sonreído su jardín. El jardín. Las lágrimas acudieron a sus ojos, pero antes de abandonarlos fueron calcinadas por la rabia. Sólo un animal podía haber cometido tal desfachatez, y sólo podía tratarse de Ossco. En realidad, susurró la razón de Jaspi, podía haber sido algún otro. No le faltaban enemigos en otros pueblos, y bueno, también podía tratarse de un accidente, estas cosas pasan de vez en cuando, una chispa... ¡Ossco! gritó Jaspi apretando los puños como si entre ellos estuviera su conciencia. Había sido Ossco, y debía pagar por ello. Ese pensamiento lo relajó. Se arrastró hasta la cocina y se preparó un café con leche. La cafeína siempre le había estimulado la creatividad.
En ese mismo momento, en la plaza del pueblo se celebraba una fiesta bautizada por la gallina feliz como La fiesta del amor. Los vecinos, vestidos con guirnaldas de flores, giraban cogidos de las manos al tiempo que cantaban canciones populares. Inconscientemente se despedían de la felicidad que se había apoderado de sus cabezas durante casi dos días; la serenidad regresaba a sus vidas.
En ese mismo momento, en la plaza del pueblo se celebraba una fiesta bautizada por la gallina feliz como La fiesta del amor. Los vecinos, vestidos con guirnaldas de flores, giraban cogidos de las manos al tiempo que cantaban canciones populares. Inconscientemente se despedían de la felicidad que se había apoderado de sus cabezas durante casi dos días; la serenidad regresaba a sus vidas.