nubes de sospecha en el cielo ausente
Esta historía que estoy a punto de narrar va a ser larga, pero creo que muy interesante. Por esto mismo, os emplazo a que os pongais cómodos antes de comenzar su lectura.
Ayer me levanté pronto, de un tiempo a esta parte me es imposible dormir más allá de las 4:30 de la madrugada. El insomnio es un implacable enemigo, y trístemente para mi, me ha elegido como su rival. Sin nada que hacer y cansado de mimetizar la apariencia de un canelón, salí a dar una vuelta por el pueblo. La noche era clara y tranquila, soplaba una suave brisa que portaba bajo sus alas el leve rumor del agua del mar acariciando gentílmente la arena de la playa. Mientras, los grillos jugaban a ser músicos.
Se nota que sigo estando acostumbrado a la vida de ciudad, donde uno es dependiente de las opciones que las persianas levantadas le den. El primer sitio que visité fue el Café de Fígaro, un pequeño local muy acogedor que se encuentra en el subsuelo del museo. Las paredes son de madera, y en una esquina hay una pequeña tarima con un piano para actuaciones en directo. Mientras no hay música en vivo, el hilo musical deleita la mente de manera continuada con una música relajada de ánimo jazzero. Las veces que he ido estaba vacio, excepto esta misma mañana antes de ponerme a escribir esto, que he visto a la encantadora Sol, que trabaja en el ayuntamiento, tomando un café bien calentito antes de entrar al tajo. Por lo que he podido observar, Fígaro es un tipo parco en palabras, cuyo único interés en esta vida son los cafés. No lo demuestra hablando, pero sí con su preparación. Cierto es que sus cafés son un poco caros, pero el precio es totálmente justificado.
Pasado un tiempo volvía a estar paseando por el pueblo, esta vez con la intención de disfrutar de la naturaleza en toda su nocturnidad. Pero hete aquí que me encontré algo que me sobresaltó. Cerca del Almacén de Tom Nook, ¡había una nueva casa, junto al rio! Por supuesto la casa estaba cerrada, y no salía ninguna luz de su interior. Sólo un cartel junto a la puerta que rezaba "Casa de Tristán" fue capaz de dar una respuesta válida a mi curiosidad, aunque sin saciarla en absoluto. Así que proseguí mi ahora intranquilo caminar, ya no solo, sino acompañado de un escuadrón de preguntas. ¿Quién es Tristán? ¿Será buena gente? ¿De dónde vendrá? ¿Por qué se habrá mudado a Ynis? eran algunos de sus nombres y su capitán se hacía llamar ¡¿Cómo demonios han logrado construir una casa entera en menos de media noche?! Cuando me cansé de caminar, volví a casa. Sin conocer a todas aquellas preguntas, no las dejé entrar. Liberado de su inquisitiva compañía, no tardé mucho en olvidarme de Tristán y me dediqué a hacer no se qué.
Horas después, cuando el astro rey ya saludaba enérgicamente desde un cielo despejado, volví a recordar aquella casa, aquel Tristán, aquellas dudas. Salí fuera y allí seguían todas las cuestiones, ahora sentadas mirando al suelo, silenciosas, como soldados a los que después de mentalizarse para ser héroes, les hubieran dicho que tenían que regresar a casa. Las volví a acoger bajo mi mando y me dirigí a aquella enigmática casa con la determinación de que mis compañeras pudieran entrar en los terrenos de la épica.
La casa seguía en el mismo sitio. Buena señal.
Lo encontré paseando fuera de su casa. Tristán resultó ser un gato azulado de ojos tristones y semblante resignado. Tenía vendas por todos lados, intuyo que incluso debajo de su camiseta negra. No me explicó mucho de su pasado, ni de sus intenciones de futuro, tampoco lo pregunté. Todas las cuestiones que me acompañaban habían resultado ser unas gallinas de mucho cuidado, y a la hora de la verdad, en cuanto avistaron al felino, desertaron en masa. Mi primera impresión de Tristán fue la de alguien que huye, porque huir es la única posibilidad que tiene de ser feliz, de olvidar los males del pasado y curar las heridas de la vida. Ynis se me antoja un sitio ideal para tal fin. Me cayó bien.
El día prosiguió su camino sin mayores sobresaltos. Después de comer me encaminé a la oficina de correos que hay en el ayuntamiento y le entregué una carta a Sol cuyo destinatario era el vecino recien llegado. Recibir cartas siempre es bonito, más si te acabas de mudar, pues tienen la propiedad de unir, sea a cosas del pasado o a otras que están por venir. Esta misma mañana sin ir más lejos, me ha llegado una carta de mi madre. No ponía nada destacable, me contaba las últimas peripecias suyas y de mi padre, pero ese papel ha regado una parte de mi corazón que empezaba a resecarse.
Tras enviar la carta, me encaminé a casa de Bruno, un perro malhumorado que sospecho tiene trastornos de personalidad. Tal vez sea este enigma lo que me atrae de él, no lo sé, pero me agrada su compañía. Bruno estaba en la parte posterior de su casa, con una pala en la mano. He de reconocer que la impresión que tal estampa me supuso, fue impactante. Sin saber muy bien del todo porqué, me entró el canguelo. Él me había visto acercarme antes de que yo reparase en lo que portaba en sus manos, así que dar media vuelta no parecía ser la mejor opción. Intentando mantener el tipo, me acerqué a él e intercambiamos unas palabras, no muchas, pues estaba enojado. Bruno se pasa el día enojado, hasta que el cielo cobra un tono rosaceo cuando empieza a ponerse el sol, momento en el cual parece transformarse en una persona de lo más extrovertida y jovial. Sea como fuere, en ese momento estaba enojado. No sabría decir si muy enojado, especialmente enojado, o enojado como siempre. Sin ganas de averiguar hasta qué punto llegaba su enojo, me marché.
Quiso el destino que lo volviera a ver un poco después, cerca del puente norte, subiendo el rio desde su casa. Aún llevaba la pala. Lo volví a saludar cordialmente, y me pareció sentir que su enojo había menguado. No presté mucha atención a este detalle tampoco, estaba con la cabeza en otra cosa; Xoalde, un amigo que conozco desde hace unos años, iba a venir a visitarme en breve. Esperaba su visita para esta semana, pero no sabía que se iba a producir tan pronto. Este detalle, por supuesto no mellaba la alegría que me invadía ante la idea de recibir su visita, la primera que tenía en Ynis.
Eran casi las tres cuando desde los portones me avisaron que alguien estaba a punto de entrar. Era mi amigo, y parecía bastante más grueso de lo que yo lo recordaba. Aún seguía dándole vueltas a este detalle cuando Xoalde se quedó parado delante mio, me miró fíjamente, sonrió, y extendió los brazos. Antes de qué pudiera siquiera preguntarme qué estaba haciendo, de su ropa comenzaron a caer cientos de manzanas. Bueno, cientos no eran, pero eran un montón, eso seguro. Cuando me dijo que iba a venir, le pedí que me trajera una manzana para plantar sus semillas y si había suerte, tener algo más que perales en Ynis. Xoalde es un tanto exagerado, sí.
Es una lástima, pero su estancia no iba a durar mucho. La razón de que hubiese venido antes de lo que esperaba, era porque por un casual de la vida, coincidía que ese día tenía que pasar cerca de Ynis y por eso aprovechó para hacerme una visita. Decidimos que con el breve lapso de tiempo con el que contábamos, lo mejor sería que lo acompañase a dar una vuelta para que viera el pueblo, y de paso presentarle a mis vecinos. Curiosamente todos estaban en sus casas, aunque la hora que era convertía esta extraña situación en algo más natural. No me preocupé. Cuando ya casi era la hora de que Xoalde se marchase, llegamos junto a la casa de Tristán, que es la más cercana a los portones. Yo me entretuve fuera un momento, y Xoalde que es muy echao palante entró, y desde dentro me dijo al poco: "Entra que este vecino tuyo se está preparando para irse". Sin saber muy bien a qué se refería, entré en la casa. Aquello no tenía sentido, Tristán estaba de arriba para abajo, con nerviosismo y prisa evidentes, empacando todas sus cosas. De hecho apenas quedaba nada por empacar ya, todo había sido introducido en cajas que se agolpaban contra las paredes de toda la casa. Cuando intenté hablar con él, la cosa no se aclaró en absoluto. Parecía haber entrado en estado de shock, y sólo era capaz de hablar de la limpieza de su casa. Intenté tranquilizarlo por todos los medios, y al final parece ser que se calmó un poco. respiré algo aliviado, pero todavía contrariado ante esta situación.
Xoalde se tenía que ir, así que lo acompañé a la salida y lo despedí con la promesa de que pronto volvería a visitarme. Las puertas se cerraron y con ellas todo pensamiento del mundo exterior. Mi mente comenzó a repasar todo lo que sabía relacionado con Tristan. Esto me costó unos 0,2 segundos, así que el resto del tiempo lo dediqué a buscar explicaciones válidas. Volví a visitar a Tristán, el cual de nuevo estaba sumido en un estado de histerismo total. Lo intenté tranquilizar un poco, y cuando tras mucho esfuerzo lo logré, me fui a casa a reflexionar acerca de lo que estaba sucediendo.
Ya cuando empezaba a ocultarse el sol, desde mi habitación escuché una pequeña algarabía que provenía de la parte trasera de mi casa. Bajé a ver qué pasaba. Allí encontré a todos mis vecinos, menos Tristán, jugando juntos alegremente entre los árboles. Me acerqué a Bruno, esta vez ya sin pala, para perguntarle a qué se debía tanto alboroto. No recuerdo exáctamente lo que me dijo, pero sonó a insulto, parecía enfadado a pesar del cielo estar rosa ya. Sin entender muy bien porqué me insultaba, sólo acerté a decir "¿Eh?". No es el comentario más inteligente del mundo, pero sirvió para que Bruno se relajase y me explicase que lo que me acababa de decir no era ningún insulto, sino que era una de esas frases que se le dicen a los amigos cuando se tiene mucha confianza con ellos, y ellos no se ofenden. Definitívamente estaba en modo feliz, incluso sospecho que posiblemente había bebido o tomado algún tipo de sustancia no saludable. Fue pensando todo esto cuando como una iluminación divina, me pareció verlo todo con claridad cristalina. Bruno es un perro, y Tristan un gato, de todos es sabido el poco aprecio que tradicionalmente estos animales se tienen entre si. Bruno llevaba una pala en las manos cuando lo vi detrás de su casa, y luego lo vi más relajado un poco más arriba en el rio, con la pala aún. Siguiendo el curso del rio, entre donde vi al cánido con mala leche la primera vez y la segunda, está la casa de Tristan, el cual por la mañana parecía alguien dispuesto a relajarse en su nueva casa, en su nueva vida, y por la tarde era un manojo de nervios obsesionado con la limpieza que estaba preparándose para abandonar su nueva casa, su nueva vida. Horas después, Bruno parecía estar celebrando algo con sus vecinos de siempre. Todo esto olía muy mal, pero sin tener pruebas, no podía hacer nada. Con la intención de obtener respuestas, me encaminé a casa de Tristán, por enésima vez.
Estaba durmiendo, o eso decía un cartelito que ponía en la puerta de su casa. Con frustración extrema volví a mi casa, a la espera de que los acontecimientos siguieran su curso. Tal vez este enigma haya sido el causante de que hoy apenas haya podido conciliar el sueño, no lo sé. Puesto que no podía dormir, en mitad de la noche, y después de tomarme un café en Fígaro he ido a ver qué pasaba con Tristán. Lo único que he podido concretar a las horas que eran, es que su casa seguía allí, y el cartel de "Estoy durmiendo" también.
Así que aquí sigo, sin saber el final de esta historia, pero conforme termine de escribir estas últimas lineas ya, tengo la intención de averiguar el desenlace.
Volveré...
... espero
Ayer me levanté pronto, de un tiempo a esta parte me es imposible dormir más allá de las 4:30 de la madrugada. El insomnio es un implacable enemigo, y trístemente para mi, me ha elegido como su rival. Sin nada que hacer y cansado de mimetizar la apariencia de un canelón, salí a dar una vuelta por el pueblo. La noche era clara y tranquila, soplaba una suave brisa que portaba bajo sus alas el leve rumor del agua del mar acariciando gentílmente la arena de la playa. Mientras, los grillos jugaban a ser músicos.
Se nota que sigo estando acostumbrado a la vida de ciudad, donde uno es dependiente de las opciones que las persianas levantadas le den. El primer sitio que visité fue el Café de Fígaro, un pequeño local muy acogedor que se encuentra en el subsuelo del museo. Las paredes son de madera, y en una esquina hay una pequeña tarima con un piano para actuaciones en directo. Mientras no hay música en vivo, el hilo musical deleita la mente de manera continuada con una música relajada de ánimo jazzero. Las veces que he ido estaba vacio, excepto esta misma mañana antes de ponerme a escribir esto, que he visto a la encantadora Sol, que trabaja en el ayuntamiento, tomando un café bien calentito antes de entrar al tajo. Por lo que he podido observar, Fígaro es un tipo parco en palabras, cuyo único interés en esta vida son los cafés. No lo demuestra hablando, pero sí con su preparación. Cierto es que sus cafés son un poco caros, pero el precio es totálmente justificado.
Pasado un tiempo volvía a estar paseando por el pueblo, esta vez con la intención de disfrutar de la naturaleza en toda su nocturnidad. Pero hete aquí que me encontré algo que me sobresaltó. Cerca del Almacén de Tom Nook, ¡había una nueva casa, junto al rio! Por supuesto la casa estaba cerrada, y no salía ninguna luz de su interior. Sólo un cartel junto a la puerta que rezaba "Casa de Tristán" fue capaz de dar una respuesta válida a mi curiosidad, aunque sin saciarla en absoluto. Así que proseguí mi ahora intranquilo caminar, ya no solo, sino acompañado de un escuadrón de preguntas. ¿Quién es Tristán? ¿Será buena gente? ¿De dónde vendrá? ¿Por qué se habrá mudado a Ynis? eran algunos de sus nombres y su capitán se hacía llamar ¡¿Cómo demonios han logrado construir una casa entera en menos de media noche?! Cuando me cansé de caminar, volví a casa. Sin conocer a todas aquellas preguntas, no las dejé entrar. Liberado de su inquisitiva compañía, no tardé mucho en olvidarme de Tristán y me dediqué a hacer no se qué.
Horas después, cuando el astro rey ya saludaba enérgicamente desde un cielo despejado, volví a recordar aquella casa, aquel Tristán, aquellas dudas. Salí fuera y allí seguían todas las cuestiones, ahora sentadas mirando al suelo, silenciosas, como soldados a los que después de mentalizarse para ser héroes, les hubieran dicho que tenían que regresar a casa. Las volví a acoger bajo mi mando y me dirigí a aquella enigmática casa con la determinación de que mis compañeras pudieran entrar en los terrenos de la épica.
La casa seguía en el mismo sitio. Buena señal.
Lo encontré paseando fuera de su casa. Tristán resultó ser un gato azulado de ojos tristones y semblante resignado. Tenía vendas por todos lados, intuyo que incluso debajo de su camiseta negra. No me explicó mucho de su pasado, ni de sus intenciones de futuro, tampoco lo pregunté. Todas las cuestiones que me acompañaban habían resultado ser unas gallinas de mucho cuidado, y a la hora de la verdad, en cuanto avistaron al felino, desertaron en masa. Mi primera impresión de Tristán fue la de alguien que huye, porque huir es la única posibilidad que tiene de ser feliz, de olvidar los males del pasado y curar las heridas de la vida. Ynis se me antoja un sitio ideal para tal fin. Me cayó bien.
El día prosiguió su camino sin mayores sobresaltos. Después de comer me encaminé a la oficina de correos que hay en el ayuntamiento y le entregué una carta a Sol cuyo destinatario era el vecino recien llegado. Recibir cartas siempre es bonito, más si te acabas de mudar, pues tienen la propiedad de unir, sea a cosas del pasado o a otras que están por venir. Esta misma mañana sin ir más lejos, me ha llegado una carta de mi madre. No ponía nada destacable, me contaba las últimas peripecias suyas y de mi padre, pero ese papel ha regado una parte de mi corazón que empezaba a resecarse.
Tras enviar la carta, me encaminé a casa de Bruno, un perro malhumorado que sospecho tiene trastornos de personalidad. Tal vez sea este enigma lo que me atrae de él, no lo sé, pero me agrada su compañía. Bruno estaba en la parte posterior de su casa, con una pala en la mano. He de reconocer que la impresión que tal estampa me supuso, fue impactante. Sin saber muy bien del todo porqué, me entró el canguelo. Él me había visto acercarme antes de que yo reparase en lo que portaba en sus manos, así que dar media vuelta no parecía ser la mejor opción. Intentando mantener el tipo, me acerqué a él e intercambiamos unas palabras, no muchas, pues estaba enojado. Bruno se pasa el día enojado, hasta que el cielo cobra un tono rosaceo cuando empieza a ponerse el sol, momento en el cual parece transformarse en una persona de lo más extrovertida y jovial. Sea como fuere, en ese momento estaba enojado. No sabría decir si muy enojado, especialmente enojado, o enojado como siempre. Sin ganas de averiguar hasta qué punto llegaba su enojo, me marché.
Quiso el destino que lo volviera a ver un poco después, cerca del puente norte, subiendo el rio desde su casa. Aún llevaba la pala. Lo volví a saludar cordialmente, y me pareció sentir que su enojo había menguado. No presté mucha atención a este detalle tampoco, estaba con la cabeza en otra cosa; Xoalde, un amigo que conozco desde hace unos años, iba a venir a visitarme en breve. Esperaba su visita para esta semana, pero no sabía que se iba a producir tan pronto. Este detalle, por supuesto no mellaba la alegría que me invadía ante la idea de recibir su visita, la primera que tenía en Ynis.
Eran casi las tres cuando desde los portones me avisaron que alguien estaba a punto de entrar. Era mi amigo, y parecía bastante más grueso de lo que yo lo recordaba. Aún seguía dándole vueltas a este detalle cuando Xoalde se quedó parado delante mio, me miró fíjamente, sonrió, y extendió los brazos. Antes de qué pudiera siquiera preguntarme qué estaba haciendo, de su ropa comenzaron a caer cientos de manzanas. Bueno, cientos no eran, pero eran un montón, eso seguro. Cuando me dijo que iba a venir, le pedí que me trajera una manzana para plantar sus semillas y si había suerte, tener algo más que perales en Ynis. Xoalde es un tanto exagerado, sí.
Es una lástima, pero su estancia no iba a durar mucho. La razón de que hubiese venido antes de lo que esperaba, era porque por un casual de la vida, coincidía que ese día tenía que pasar cerca de Ynis y por eso aprovechó para hacerme una visita. Decidimos que con el breve lapso de tiempo con el que contábamos, lo mejor sería que lo acompañase a dar una vuelta para que viera el pueblo, y de paso presentarle a mis vecinos. Curiosamente todos estaban en sus casas, aunque la hora que era convertía esta extraña situación en algo más natural. No me preocupé. Cuando ya casi era la hora de que Xoalde se marchase, llegamos junto a la casa de Tristán, que es la más cercana a los portones. Yo me entretuve fuera un momento, y Xoalde que es muy echao palante entró, y desde dentro me dijo al poco: "Entra que este vecino tuyo se está preparando para irse". Sin saber muy bien a qué se refería, entré en la casa. Aquello no tenía sentido, Tristán estaba de arriba para abajo, con nerviosismo y prisa evidentes, empacando todas sus cosas. De hecho apenas quedaba nada por empacar ya, todo había sido introducido en cajas que se agolpaban contra las paredes de toda la casa. Cuando intenté hablar con él, la cosa no se aclaró en absoluto. Parecía haber entrado en estado de shock, y sólo era capaz de hablar de la limpieza de su casa. Intenté tranquilizarlo por todos los medios, y al final parece ser que se calmó un poco. respiré algo aliviado, pero todavía contrariado ante esta situación.
Xoalde se tenía que ir, así que lo acompañé a la salida y lo despedí con la promesa de que pronto volvería a visitarme. Las puertas se cerraron y con ellas todo pensamiento del mundo exterior. Mi mente comenzó a repasar todo lo que sabía relacionado con Tristan. Esto me costó unos 0,2 segundos, así que el resto del tiempo lo dediqué a buscar explicaciones válidas. Volví a visitar a Tristán, el cual de nuevo estaba sumido en un estado de histerismo total. Lo intenté tranquilizar un poco, y cuando tras mucho esfuerzo lo logré, me fui a casa a reflexionar acerca de lo que estaba sucediendo.
Ya cuando empezaba a ocultarse el sol, desde mi habitación escuché una pequeña algarabía que provenía de la parte trasera de mi casa. Bajé a ver qué pasaba. Allí encontré a todos mis vecinos, menos Tristán, jugando juntos alegremente entre los árboles. Me acerqué a Bruno, esta vez ya sin pala, para perguntarle a qué se debía tanto alboroto. No recuerdo exáctamente lo que me dijo, pero sonó a insulto, parecía enfadado a pesar del cielo estar rosa ya. Sin entender muy bien porqué me insultaba, sólo acerté a decir "¿Eh?". No es el comentario más inteligente del mundo, pero sirvió para que Bruno se relajase y me explicase que lo que me acababa de decir no era ningún insulto, sino que era una de esas frases que se le dicen a los amigos cuando se tiene mucha confianza con ellos, y ellos no se ofenden. Definitívamente estaba en modo feliz, incluso sospecho que posiblemente había bebido o tomado algún tipo de sustancia no saludable. Fue pensando todo esto cuando como una iluminación divina, me pareció verlo todo con claridad cristalina. Bruno es un perro, y Tristan un gato, de todos es sabido el poco aprecio que tradicionalmente estos animales se tienen entre si. Bruno llevaba una pala en las manos cuando lo vi detrás de su casa, y luego lo vi más relajado un poco más arriba en el rio, con la pala aún. Siguiendo el curso del rio, entre donde vi al cánido con mala leche la primera vez y la segunda, está la casa de Tristan, el cual por la mañana parecía alguien dispuesto a relajarse en su nueva casa, en su nueva vida, y por la tarde era un manojo de nervios obsesionado con la limpieza que estaba preparándose para abandonar su nueva casa, su nueva vida. Horas después, Bruno parecía estar celebrando algo con sus vecinos de siempre. Todo esto olía muy mal, pero sin tener pruebas, no podía hacer nada. Con la intención de obtener respuestas, me encaminé a casa de Tristán, por enésima vez.
Estaba durmiendo, o eso decía un cartelito que ponía en la puerta de su casa. Con frustración extrema volví a mi casa, a la espera de que los acontecimientos siguieran su curso. Tal vez este enigma haya sido el causante de que hoy apenas haya podido conciliar el sueño, no lo sé. Puesto que no podía dormir, en mitad de la noche, y después de tomarme un café en Fígaro he ido a ver qué pasaba con Tristán. Lo único que he podido concretar a las horas que eran, es que su casa seguía allí, y el cartel de "Estoy durmiendo" también.
Así que aquí sigo, sin saber el final de esta historia, pero conforme termine de escribir estas últimas lineas ya, tengo la intención de averiguar el desenlace.
Volveré...
... espero
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