Al cabo de unos días la florecilla rosa había alcanzado el tamaño de una zarpa de oso, y a su alrededor habían crecido cuatro flores más, de distintos colores. A Ossco nunca le habían gustado las flores, ni los colores; sin embargo, alrededor de estas colocó una fila de piedras que recogió del río, y cada noche, antes de acostarse, se dedicaba a regarlas y a contarles cosas en un tono de voz tan bajito que ni las flores hubieran logrado oír si hubieran poseído oídos. No comprendía qué le ocurría, pero la presencia de esas flores le llenaba el pecho de cosquillas y otorgaba sentido a su vida. Cada mañana, antes de abrir la puerta de su casa, se asomaba a la ventana que había justo encima de ellas, y las observaba con una sonrisa en los labios.
Lulú, por su parte, lo observaba todo desconcertada: Ossco, el oso malo, se había convertido en un afeminado.
2 comentarios:
Hmm! Veo que con este capítulo quieres descolocarnos a los que, desde el principio, tenemos fe absoluta en Ossco, el oso alfa.
Muchos héroes, prohombres y genios de la historia, en algún momento de sus vidas, han sido malinterpretados, y a Ossco le ha pasado lo mismo.
Obviamente, Ossco, aunque es frío y duro cuando debe serlo, también posee un alma de poeta, y en determinados momentos puedes dar rienda suelta a su sensibilidad sin que ello signifique que le guste que le empujen los pelos del culo para dentro.
Lo que nos ha confirmado este capítulo, según mi opinión, es que Lulú no es trigo limpio. Aparte de cotilla es una prejuiciosa de cuidado. Ossco debería matarla a ella primero.
A mí personalmente Lulú me cae mal, aunque eso no significa que nadie vaya a matarla. No voy a dejar que mis opiniones y sentimientos influyan en el devenir de la Historia (en mayúsculas) de Ossco y Jaspi.
Y hasta aquí puedo leer, que luego se me va la mano y desvelo misterios :-O
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