vértigo en la malla
Y pensar que todo pueda depender de un sí o un no, de izquierda o derecha, de blanco o negro...
La vida da muchas vueltas, como comúnmente se dice, y la mía no es ninguna excepción. A lo largo de mi existencia se me han presentado multitud de opciones, y elegir una a veces ha significado descartar las demás. Otras veces estas opciones se han disfrazado de camino obligado. Incluso me ha ocurrido ir tan rápido que me he pasado un desvio al que ya nunca podré volver. Es esa sensación, el vértigo de no poder regresar, la pérdida que supone no poder ver detrás de esa puerta por la que no entraste, tan sólo imaginarlo, la que asusta.
Pensad por un momento lo que para mi significó pués, tener que elegir un pueblo donde irme a vivir. Estuve meses pensándomelo, buscando la manera de prever qué solución sería la mejor, analizando multitud de opciones, rascándome la masa encefálica en busca de una solución óptima, como si escarbar en la materia gris fuera el fin en sí mismo. Al final de este largo y exhaustivo proceso quedaron dos opciones: Ynis y Le Cité. Dos simples nombres, pudiera decirse. Dos caminos. Dos opciones. Finalmente había filtrado esa ingente cantidad de pueblos para obtener tan sólo dos. Y algunos dirán que al ser tan sólo dos, la cosa sería mejor de ahí en adelante. Y yo les diré que se equivocan.
Me explicaré. ¿Nunca os ha pasado eso de ir buscando una pieza de ropa que os guste y no saber cuál elegir? Imaginad que por ejemplo vais a una tienda en busca de unos pantalones que os sienten bien. La talla tendrá que ser una no muy alejada de la que tengan los pantalones que llevais puestos. Pongamos que usais una 40, no os vais a poner a buscar prendas de la talla 52, ni de la 34 (bueno, hay quien sí, pero es mejor no hacerlo). Así tendreis que regiros por esas medidas, con lo que todos los pantalones que pertenezcan a tallas no comprendida entre esas que os puedan servir quedan excluidos, así, de un plumazo. También sabemos qué tipo de pantalones no nos gustan. Digamos que por ejemplo nos gustan sólo los tejanos y los de pana. Es posible que encontremos unos chinos que nos agraden, pero lo más seguro es que no, porque los tejanos y los de pana son más guays, y punto. Hale, ya nos hemos quitado de encima otro montón de pantalones. Ahora imaginemos que nos gusta vestir de manera sobria, por lo que los colores no serán muy vistosos, y nos gusta la ropa clara, además, así que nos centraremos en estas gamas, lo que no hace sino apartar de la equación otro montón de pantalones. El cerco se está estrechando, y eso antes siquiera de saludarle educadamente a la dependienta que hay en caja.
Sigamos. Nos ponemos a mirar los modelos que hay, y vemos que hay seis de pana que corresponden a estas características, y cuatro tejanos. De los seis de pana dos son de pana fina, que no nos hace gracia, y uno de ellos y otros dos, tienen demasiados bolsillos para nuestro gusto. De los tejanos, dos tienen los colores desteñidos, cosa que no nos gusta. Nos quedan tres de pana y dos tejanos donde elegir. En cuanto a estética la criba ya ha concluido. Ahora toca el turno de probarnos los que nos gustan y ver cómo nos quedan. Tras un buen rato de sacar y meter piernas en camales, miradas al espejo acompañadas de leves torsiones de cintura y posibles consultas a algún acompañante, llegamos a la conclusión de que tan sólo el pantalón de pana beige y el tejano blanco nos van como anillo al dedo. Y es aquí cuando empieza el verdadero problema, porque los dos nos gustan, mucho. ¿Cuál elegir? Tratándose de pantalones, muchas veces acabaremos llevándonos los dos cuando notemos que la cabeza empieza a calentarse lévemente a causa de la intensa actividad neuronal.
Ahora bien, ¿cómo se las apaña uno para irse a vivir simultaneamente a dos pueblos?
Le Cité o Ynis, Ynis o Le Cité. No hace falta ser muy avispado para saber qué opción elegí. Ahora que ya me he decidido, todo parece más sencillo, menos dramático. Pero hasta hace escasos días vivía en una tormenta de sies y noes, claros y nubarrones, pros y contras. De hecho, en un principio todo parecía indicar que finalmente viviría en Le Cité. Le Cité es un pueblo que pese a ser pequeño, está lleno de prosperidad. Además, se trata de un lugar con mucha clase y tradición. Y ¿qué tiene Ynis? Pues no sabría decirlo. No sabría enumerar sus características o virtudes, es un lugar que aún estoy por descubrir. Desde que supe de su existencia hace ya unos cuantos años, siempre ha estado dentro de mi, escondido, hasta que un buen día, volvió a mi memoria activa. Así que aunque la elección pareciera sencilla; escoger entre una realidad llena de futuro y un recuerdo difuso que no sé muy bien porqué seguía conservando, el caso es que me costó horrores decantarme.
Y aquí estoy, un poco más allá de la encrucijada, mirando atrás, preguntándome que habrá en el otro camino, y si me habría gustado, esperanzado de que el que he elegido me ofrezca más cosas buenas que malas. ¿Miedo? No, sólo algo de incertidumbre. Después de todo así es la vida, una malla de caminos que se entrelazan entre si hasta llegar a un final común: la muerte.
Por cierto, ¿he dicho ya que después de decantarme por Ynis descubrí que había un pueblo llamado La Parra?
La vida da muchas vueltas, como comúnmente se dice, y la mía no es ninguna excepción. A lo largo de mi existencia se me han presentado multitud de opciones, y elegir una a veces ha significado descartar las demás. Otras veces estas opciones se han disfrazado de camino obligado. Incluso me ha ocurrido ir tan rápido que me he pasado un desvio al que ya nunca podré volver. Es esa sensación, el vértigo de no poder regresar, la pérdida que supone no poder ver detrás de esa puerta por la que no entraste, tan sólo imaginarlo, la que asusta.
Pensad por un momento lo que para mi significó pués, tener que elegir un pueblo donde irme a vivir. Estuve meses pensándomelo, buscando la manera de prever qué solución sería la mejor, analizando multitud de opciones, rascándome la masa encefálica en busca de una solución óptima, como si escarbar en la materia gris fuera el fin en sí mismo. Al final de este largo y exhaustivo proceso quedaron dos opciones: Ynis y Le Cité. Dos simples nombres, pudiera decirse. Dos caminos. Dos opciones. Finalmente había filtrado esa ingente cantidad de pueblos para obtener tan sólo dos. Y algunos dirán que al ser tan sólo dos, la cosa sería mejor de ahí en adelante. Y yo les diré que se equivocan.
Me explicaré. ¿Nunca os ha pasado eso de ir buscando una pieza de ropa que os guste y no saber cuál elegir? Imaginad que por ejemplo vais a una tienda en busca de unos pantalones que os sienten bien. La talla tendrá que ser una no muy alejada de la que tengan los pantalones que llevais puestos. Pongamos que usais una 40, no os vais a poner a buscar prendas de la talla 52, ni de la 34 (bueno, hay quien sí, pero es mejor no hacerlo). Así tendreis que regiros por esas medidas, con lo que todos los pantalones que pertenezcan a tallas no comprendida entre esas que os puedan servir quedan excluidos, así, de un plumazo. También sabemos qué tipo de pantalones no nos gustan. Digamos que por ejemplo nos gustan sólo los tejanos y los de pana. Es posible que encontremos unos chinos que nos agraden, pero lo más seguro es que no, porque los tejanos y los de pana son más guays, y punto. Hale, ya nos hemos quitado de encima otro montón de pantalones. Ahora imaginemos que nos gusta vestir de manera sobria, por lo que los colores no serán muy vistosos, y nos gusta la ropa clara, además, así que nos centraremos en estas gamas, lo que no hace sino apartar de la equación otro montón de pantalones. El cerco se está estrechando, y eso antes siquiera de saludarle educadamente a la dependienta que hay en caja.
Sigamos. Nos ponemos a mirar los modelos que hay, y vemos que hay seis de pana que corresponden a estas características, y cuatro tejanos. De los seis de pana dos son de pana fina, que no nos hace gracia, y uno de ellos y otros dos, tienen demasiados bolsillos para nuestro gusto. De los tejanos, dos tienen los colores desteñidos, cosa que no nos gusta. Nos quedan tres de pana y dos tejanos donde elegir. En cuanto a estética la criba ya ha concluido. Ahora toca el turno de probarnos los que nos gustan y ver cómo nos quedan. Tras un buen rato de sacar y meter piernas en camales, miradas al espejo acompañadas de leves torsiones de cintura y posibles consultas a algún acompañante, llegamos a la conclusión de que tan sólo el pantalón de pana beige y el tejano blanco nos van como anillo al dedo. Y es aquí cuando empieza el verdadero problema, porque los dos nos gustan, mucho. ¿Cuál elegir? Tratándose de pantalones, muchas veces acabaremos llevándonos los dos cuando notemos que la cabeza empieza a calentarse lévemente a causa de la intensa actividad neuronal.
Ahora bien, ¿cómo se las apaña uno para irse a vivir simultaneamente a dos pueblos?
Le Cité o Ynis, Ynis o Le Cité. No hace falta ser muy avispado para saber qué opción elegí. Ahora que ya me he decidido, todo parece más sencillo, menos dramático. Pero hasta hace escasos días vivía en una tormenta de sies y noes, claros y nubarrones, pros y contras. De hecho, en un principio todo parecía indicar que finalmente viviría en Le Cité. Le Cité es un pueblo que pese a ser pequeño, está lleno de prosperidad. Además, se trata de un lugar con mucha clase y tradición. Y ¿qué tiene Ynis? Pues no sabría decirlo. No sabría enumerar sus características o virtudes, es un lugar que aún estoy por descubrir. Desde que supe de su existencia hace ya unos cuantos años, siempre ha estado dentro de mi, escondido, hasta que un buen día, volvió a mi memoria activa. Así que aunque la elección pareciera sencilla; escoger entre una realidad llena de futuro y un recuerdo difuso que no sé muy bien porqué seguía conservando, el caso es que me costó horrores decantarme.
Y aquí estoy, un poco más allá de la encrucijada, mirando atrás, preguntándome que habrá en el otro camino, y si me habría gustado, esperanzado de que el que he elegido me ofrezca más cosas buenas que malas. ¿Miedo? No, sólo algo de incertidumbre. Después de todo así es la vida, una malla de caminos que se entrelazan entre si hasta llegar a un final común: la muerte.
Por cierto, ¿he dicho ya que después de decantarme por Ynis descubrí que había un pueblo llamado La Parra?
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