al otro lado del muro azul
Oyes los pasos de la realidad cerca, entre la niebla resuenan solemnes, confundiéndose con el repicar de unas campanas procedentes del otro lado del espejo. Eres su objetivo. Sientes sus labios cerca de tu oido, es una sensación excitante y al mismo tiempo turbadora. Sin darte tiempo a plantearte cuestiones tan banales, empieza a susurrar.
Where are these silent faces?
I took them all
They all went away
Now you're alone
To turn out every light so deep in me
Hold on, too late.
La canción exagera; es tarde, pero nada irremediable. Ya termina, se marcha entre redobles. Abres los ojos, chirriantes, legañosos. Hay muchos riesgos en usar como despertador uno de tus discos preferidos; puedes llegar a odiar y disparar al mensajero, puedes también pararte a tomar algo con él antes de leer el mensaje que trae y desvestirlo de toda urgencia que pudiera portar, o incluso puedes confundirlo con la banda sonora de algún sueño y conseguir que tu madre entre gritando a tu habitación mientras se cuestiona el estado de tu cordura. Sin embargo, es una solución que normalmente vale la pena poner en marcha para intentar que el día empiece con buen pie. Hoy el mensajero viene especialmente amigable y no puedes evitar invitarlo a café. La tercera canción ya grita "I feel cold when I cry out for the bark", cuando finalmente lees el mensaje: tienes que ir a trabajar. A regañadientes tus pies entran en contacto con el suelo y, después de un breve juego de veo veo, con las zapatillas de estar por casa. Empieza entonces un baile tradicional de las tierras matinales. Uno-dos-aseo, tres-cuatro desayuno. Uno-dos-vestirse, tres-cuatro marcharse.
Estás dando pasos lejos de casa, sin ritmo ya. El baile ha terminado y ahora caminas desacompasado, exahusto de la posición horizontal. Cuesta volver a acostumbrarse a la verticalidad cuando es la rutina quien te reclama. Vas arrastrando pies y alma en pos de unas habichuelas mientras la negrura de la noche retrata la lucidez mental del momento. Un casi separa a las calles de estar vacias de viandantes y de ilusión, de ruidos y de molestias. Es poca la vida humana que hay a la vista a estas horas, algunos abren comercios, otros limpian aceras y los menos se dirigen hacia algún lugar, como haces tú. También tienes tiempo de cruzarte con alguna maruja excéntrica que pasea en bata a su perro, no sabes si huyendo de la cama, de la compañía de la cama o tal vez de la razón. El ser humano nunca deja de sorprenderte y, normalmente, no para bien. Esta noche ha llovido, las nubes, escondidas tras la Tierra, han derramado sus lágrimas a resguardo de la implacable mirada solar. Pero el Sol no es tonto, cuando salga verá que edificios, pavimento, coches y demás mobiliario urbano amanecen con tez reflectante, y se enfadará. Y las nubes, asustadizas por naturaleza, se marcharán a otro sitio temerosas de su ira, y avergonzadas por pecar con algo tan natural como es el llanto. Pero esa no es tu batalla, y no te preocupa en lo más mínimo, bastante tienes con lo tuyo. Durante las próximas ocho horas estarás recluido en una necesidad teñida de obligación, sabiendo que una lucha se libra tras los muros que limitan tu libertad y que sólo llegarás a tiempo de ver los créditos y agradecimientos tras la película. Así que sigues caminando entre destellos y luces, mirando con ojos de cámara digital mientras el ángel del hombro no para de advertirte que llegas tarde, que no debes entretenerte. Pero tú te entretienes. La Luna es demasiado grande y hermosa como para no detenerte a retratarla mientras sonrie. Si tu garganta y tu vergüenza te dejaran, aullarías.
Observas ese gran agujero blanco que es la Luna, agujero por el que se escapan tus pensamientos, agujero en mitad de la nada negra. Por un momento llegas a ser consciente de que la ventana de cristal tintado que es la noche lo que muestra no es sino la vida misma. Desde pequeño te hicieron relacionar la oscuridad con la muerte, con la desaparición de la vida a la vista, pero allí te encuntras tú, mirando al infinito, sabiendo que lo que ves no es un mural, sino una encrucijada de tridimensionalidad y medidas imposibles. Miras lo que pasó hace un momento, hace una hora, un año, un millón, mil millones, y todo al mismo tiempo y a innumerables distancias diferentes. Ante tus ojos se crea vida y se destruye, muere una civilización y nace otra, aunque tú no ves más que oscuridad, puntos blancos que brillan en esa oscuridad, y una enorme esfera que ha logrado conservar el sugerente aspecto de su juventud. El miedo aparece, no quieres que se levante el muro azul en el cielo mientras sigues viajando por otras galaxias. Temes quedarte al otro, fuera del mundo, de ti mismo, perder el aquí por haber buscado el allí, ser exiliado a Catatonia. Aún temeroso como estás, no puedes evitar hacer una última parada en la estación de servicio lunar durante el viaje de regreso. Te parece obvio que aquello es una esfera, las sombras también saben delatar, y estas sombras te dicen que la Luna es redonda. Dedicas una sonrisa algo socarrona a las creencias del pasado y, como hizo la lluvia antes, caes fulminante sobre la Tierra.
Vuelves a estar rodeado de edificios que se alzan imponentes alrededor, pero tú sólo ves juguetes creados por el ser humano, casitas de mentira levantadas para construir una ilusión de seguridad. Casitas iluminadas para ahuyentar todo mal, para protegernos del exterior igual que el muro azul nos protege durante el día. Y la lluvia sigue desparramada por todas partes, y viéndola no puedes evitar pensar que otro día puede caer algo que no sea lluvia y esparcir las piezas del juego tan fácilmente como un soplido lo haría con un castillo de naipes. Orgullosas las montañas de ladrillo te miran por encima del hombro, creyéndose muy fuertes, ignorantes de lo poco que son en verdad.
Ya estás cerca de tu trabajo cuando el Sol comienza a despuntar. Hoy sería un día como otro cualquiera si no fuese porque ya has dado una vuelta por el universo, aunque tendrás que callarte tus aventuras y no intentar leerle el cuaderno de bitácora a nadie, de lo contrario te regalarán una camisa nueva, algo incómoda.
Donde tú estás ahora estuve yo una vez, así que tienes mi comprensión y simpatía. No tuerzas el gesto, nunca sabes lo que el destino te depara ni sabes dónde acabarás. Te deseo suerte en tu próximo viaje, tal vez tengas fortuna y llegues a un lugar maravilloso, yo llegué a Ynis.
Where are these silent faces?
I took them all
They all went away
Now you're alone
To turn out every light so deep in me
Hold on, too late.
La canción exagera; es tarde, pero nada irremediable. Ya termina, se marcha entre redobles. Abres los ojos, chirriantes, legañosos. Hay muchos riesgos en usar como despertador uno de tus discos preferidos; puedes llegar a odiar y disparar al mensajero, puedes también pararte a tomar algo con él antes de leer el mensaje que trae y desvestirlo de toda urgencia que pudiera portar, o incluso puedes confundirlo con la banda sonora de algún sueño y conseguir que tu madre entre gritando a tu habitación mientras se cuestiona el estado de tu cordura. Sin embargo, es una solución que normalmente vale la pena poner en marcha para intentar que el día empiece con buen pie. Hoy el mensajero viene especialmente amigable y no puedes evitar invitarlo a café. La tercera canción ya grita "I feel cold when I cry out for the bark", cuando finalmente lees el mensaje: tienes que ir a trabajar. A regañadientes tus pies entran en contacto con el suelo y, después de un breve juego de veo veo, con las zapatillas de estar por casa. Empieza entonces un baile tradicional de las tierras matinales. Uno-dos-aseo, tres-cuatro desayuno. Uno-dos-vestirse, tres-cuatro marcharse.
Estás dando pasos lejos de casa, sin ritmo ya. El baile ha terminado y ahora caminas desacompasado, exahusto de la posición horizontal. Cuesta volver a acostumbrarse a la verticalidad cuando es la rutina quien te reclama. Vas arrastrando pies y alma en pos de unas habichuelas mientras la negrura de la noche retrata la lucidez mental del momento. Un casi separa a las calles de estar vacias de viandantes y de ilusión, de ruidos y de molestias. Es poca la vida humana que hay a la vista a estas horas, algunos abren comercios, otros limpian aceras y los menos se dirigen hacia algún lugar, como haces tú. También tienes tiempo de cruzarte con alguna maruja excéntrica que pasea en bata a su perro, no sabes si huyendo de la cama, de la compañía de la cama o tal vez de la razón. El ser humano nunca deja de sorprenderte y, normalmente, no para bien. Esta noche ha llovido, las nubes, escondidas tras la Tierra, han derramado sus lágrimas a resguardo de la implacable mirada solar. Pero el Sol no es tonto, cuando salga verá que edificios, pavimento, coches y demás mobiliario urbano amanecen con tez reflectante, y se enfadará. Y las nubes, asustadizas por naturaleza, se marcharán a otro sitio temerosas de su ira, y avergonzadas por pecar con algo tan natural como es el llanto. Pero esa no es tu batalla, y no te preocupa en lo más mínimo, bastante tienes con lo tuyo. Durante las próximas ocho horas estarás recluido en una necesidad teñida de obligación, sabiendo que una lucha se libra tras los muros que limitan tu libertad y que sólo llegarás a tiempo de ver los créditos y agradecimientos tras la película. Así que sigues caminando entre destellos y luces, mirando con ojos de cámara digital mientras el ángel del hombro no para de advertirte que llegas tarde, que no debes entretenerte. Pero tú te entretienes. La Luna es demasiado grande y hermosa como para no detenerte a retratarla mientras sonrie. Si tu garganta y tu vergüenza te dejaran, aullarías.
Observas ese gran agujero blanco que es la Luna, agujero por el que se escapan tus pensamientos, agujero en mitad de la nada negra. Por un momento llegas a ser consciente de que la ventana de cristal tintado que es la noche lo que muestra no es sino la vida misma. Desde pequeño te hicieron relacionar la oscuridad con la muerte, con la desaparición de la vida a la vista, pero allí te encuntras tú, mirando al infinito, sabiendo que lo que ves no es un mural, sino una encrucijada de tridimensionalidad y medidas imposibles. Miras lo que pasó hace un momento, hace una hora, un año, un millón, mil millones, y todo al mismo tiempo y a innumerables distancias diferentes. Ante tus ojos se crea vida y se destruye, muere una civilización y nace otra, aunque tú no ves más que oscuridad, puntos blancos que brillan en esa oscuridad, y una enorme esfera que ha logrado conservar el sugerente aspecto de su juventud. El miedo aparece, no quieres que se levante el muro azul en el cielo mientras sigues viajando por otras galaxias. Temes quedarte al otro, fuera del mundo, de ti mismo, perder el aquí por haber buscado el allí, ser exiliado a Catatonia. Aún temeroso como estás, no puedes evitar hacer una última parada en la estación de servicio lunar durante el viaje de regreso. Te parece obvio que aquello es una esfera, las sombras también saben delatar, y estas sombras te dicen que la Luna es redonda. Dedicas una sonrisa algo socarrona a las creencias del pasado y, como hizo la lluvia antes, caes fulminante sobre la Tierra.
Vuelves a estar rodeado de edificios que se alzan imponentes alrededor, pero tú sólo ves juguetes creados por el ser humano, casitas de mentira levantadas para construir una ilusión de seguridad. Casitas iluminadas para ahuyentar todo mal, para protegernos del exterior igual que el muro azul nos protege durante el día. Y la lluvia sigue desparramada por todas partes, y viéndola no puedes evitar pensar que otro día puede caer algo que no sea lluvia y esparcir las piezas del juego tan fácilmente como un soplido lo haría con un castillo de naipes. Orgullosas las montañas de ladrillo te miran por encima del hombro, creyéndose muy fuertes, ignorantes de lo poco que son en verdad.
Ya estás cerca de tu trabajo cuando el Sol comienza a despuntar. Hoy sería un día como otro cualquiera si no fuese porque ya has dado una vuelta por el universo, aunque tendrás que callarte tus aventuras y no intentar leerle el cuaderno de bitácora a nadie, de lo contrario te regalarán una camisa nueva, algo incómoda.
Donde tú estás ahora estuve yo una vez, así que tienes mi comprensión y simpatía. No tuerzas el gesto, nunca sabes lo que el destino te depara ni sabes dónde acabarás. Te deseo suerte en tu próximo viaje, tal vez tengas fortuna y llegues a un lugar maravilloso, yo llegué a Ynis.
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