el fenómeno m.y.d.e.l.a.
Ynis no es un lugar cualquiera. Quiero aclarar esto por si os habiais llevado la impresión de que es un pueblo de lo más vulgar, cuya única peculiaridad es que uno de los co-autores de esto blog habita allí. De hecho Ynis es un lugar lleno de misterios, la mayoría de los cuales sigo sin haber podido resolver. Ya hemos hablado de los globos voladores, de los ovnis o de las cómodas sin fondo, en entradas anteriores, y no son estos misterios los únicos a los que los habitantes de Ynis nos enfrentamos diariamente. A decir verdad la cantidad de enigmas es tal, que se podría crear una temporada completa de Expediente X basándose exclusivamente en los sucesos inexplicables que se dan cita en este tranquilo pueblecito. El fenómeno que hoy trataré responde al nombre de M.Y.D.E.LA. (Muebles Y Dinero En Los Árboles) y es tan fascinante como beneficioso para todos los que aquí vivimos.
Cualquier persona con un mínimo de masa gris suficiente para hacer la o con un canuto convendría que el nombre explica a la perfección en qué consiste todo este asunto. Sin embargo, para aquellos que no alcancen ese mínimo y para los más incrédulos también, me rebajaré a explicar de manera pormenorizada en qué consiste eso del M.Y.D.E.L.A. La simpatía es mi única bandera, sí.
Un día Sócrates, el buho que regenta el museo, me pidió encarecidamente que me esforzase en atrapar una abeja para poder exponerla junto a los otros (escasos por ahora) insectos que hay en el museo. A día de hoy sigo ignorando porqué me eligió a mi para este peliagudo trabajo, pero me inclino a pensar que porque he sido el que más elementos he aportado al museo. Claro que en el otro lado de la balanza de la confianza yace el peligro intrínseco que supone cazar este amenazante y laborioso bicho, que dista mucho de ser la recompensa ideal para alguien que ha puesto tanto tiempo y tesón en rellenar los antes vacios muros del museo. Sea como fuere no pude rechazar la petición, así que tras pasar por mi casa para recoger el cazamariposas, salí a la caza de una reina de la miel. Las horas se cayeron del reloj lentas y agoniosas, como los pétalos de una flor en medio del desierto, pero la dichosa abeja no apareció. Una cosa es estar dispuesto a enfrentarse a un aguijón defensor, otra muy distinta es deambular sin rumbo en busca de un insecto aparentemente olvidado por la creación. Cansado y abatido, volví a mi casa, y mañana ya sería otro día. Y mañana lo fue, y el siguiente mañana también lo fue, y el siguiente, y el siguiente a ese, y así durante numerosos días. Fueron diferentes en todo, menos en que no logré encontrar una dichosa abeja, menos aún cazarla.
Un buen día, por fin la buena fortuna se cruzó en mi camino, saltando desde el de Lotar, para su desgracia. Era por la mañana, y el cielo azul como un pitufo. Yo había salido a pasear armado con mi cazamariposas y con una abeja zumbándome en el subconsciente. Casi ya ni recordaba qué me había empujado a salir cada día con ese objeto. Ya apenas recordaba que salía de caza, y no de paseo. Ese día paseaba, bastante contento he de decir, cuando vi a Lotar a lo lejos y lo saludé, pero él no me vio y por lo tanto no devolvió el saludo. Parecía enojado, como sólo un gorila se puede enojar, y transmitía su enojo único a través de airados y simiescos gestos. Decidí acercarme a ver qué le pasaba, pues aunque se enoje constantemente, Lotar sigue siendo un gorila de lo más civilizado. En esas estaba cuando en su frenesí de mala uva, se acercó a un árbol y lo meneó con violencia. Una violencia muy civilizada, eso sí. Aún estaba lejos y mi deficiente vista me impedía ver con claridad lo que estaba aconteciendo, pero me pareció ver que algo caía del árbol. Que ese algo era de color marrón con tintes ámbar. Que de esa cosa marrón con tintes ambar salía una nube negra. Una nube negra que se arremolinaba alrededor de Lotar. Lotar que braceaba y pataleaba y se hinchaba y gritaba. Gritaba de dolor y de rabia. Y la nube negra se iba silvando una canción por la cálida venganza. Me acerqué corriendo y vi lo que se podría describir como un híbrido entre un pan quemao y King Kong en miniatura. A su lado había un panal, en su interior un cabreo monumental y en el mio un instinto de supervivencia que me obligó a salir de allí lo antes posible, porque Lotar es muy civilizado, pero sus brazos son como dos troncos acabados en tenazas con la propiedad de truncar los sueños y la materia de cualquiera.
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