martes, abril 04, 2006

el mundo interior de las cómodas

Uno de los sueños y enigmas de la humanidad es la posibilidad de que haya una vida más allá de la que vemos diariamente, sea en la muerte, en otro planeta o en un plano de existencia diferente. Bien, pues he descubierto que en efecto, existe una dimensión paralela. A día de hoy no puedo asegurar que en esta dimensión haya vida, por ahora, pero aún sin seres vivos, me parece un hallazgo muy especial.

Fue ayer cuando lo descubrí. No fue hasta después de hablar con Tom para que me ampliase la casa, que me preocupé de artilugios tan banales como son las cómodas, total, no tenía sitio donde meter nada en ese agujero que hasta ahora he llamado casa. Tras la ampliación todo ha sido diferente, por fin he podido instalar una bañera, una cama, un sillón y como no, una cómoda donde guardar la ropa.

Nada más abrir, fui a la tienda de Tom y compré una cómoda con forma de pera. No es que me gustase, pero era lo único que había. Cuando toda la variedad asciende a un único elemento, la duda no es "cuál", sino "sí o no". Obviamente fue "sí", corría peligro sino de que me confundieran con Rodi, un ratón gigante cuyo aroma favorito es el de su propio sudor (igualito que Agustín, el loco del séptimo, sí). Una vez en casa, decidí que por pragmática que fuese la elección de comprar una pera gigante tallada en madera. para meter mi ropa en sus entrañas, no podía dejar tal mueble a la vista. Así que lo mandé al baño, tras un biombo de mimbre, como si una cómoda con forma de pera por estar en un baño fuera menos pera, y más cómoda.

Mi sorpresa llegó cuando abrí los cajones por primera vez. Por inexplicable que fuese, el tamaño de los mismos y su apariencia exterior al estar cerrados, no coincidía. Perfectamente pude poner toda mi ropa, herramientas, alfombras, papeles de pared, ¡e incluso otros muebles! Aquello era magia, me había tocado una macropera con las propiedades milagrosas de un saco sin fondo (como en el que metieron a Agustín unos amigos suyos una vez). Para ser sincero, fondo sí que tiene, pero por mucho que su capacidad sea finita, no puedo quejarme en absoluto.

El día no hacía más que comenzar, al igual que las sorpresas. Fue un poco antes de comer, que llegó un paquete gigante a mi puerta. Era un archivador que Bruno me mandaba como muestra de amistad. Con cierto esfuerzo, logré no sólo meterlo en casa, sino incluso encontrarle un hueco donde quedaba la mar de chulo. Un archivador era algo que en un principio no entraba en mis planes, pero luego, pensándolo, me di cuenta de lo útil que podía ser. Viviendo solo uno acumula muchos papeles: facturas, resguardos, cartas del banco... cosas que en definitiva se deben de guardar en lugar seguro para que nadie pueda reclamarte después, o más exactamente, si lo hacen, poder asirte a algo real para defender lo que es tuyo, un archivador era el instrumento ideal para mantenerlos ordenados y a resguardo. Abrí la carpeta donde guardaba todos los papeles hasta ese momento, y luego abrí la gran boca del archivador para proporcionarle el alimento que tanto ansiaba. Allí estaban mis camisetas.

Ojos, platos, confusión generalizada, ingredientes de un cóctel de incomprensión que uno sostiene cual cubata mientras danza en busca de la cámara oculta. No sólo mis camisetas, todo lo que se supone que estaba en mi cómoda, estaba allí. Sin encontrarle una razón de ser, y tras varios minutos repasando mentalmente mis últimos movimientos, concluí que de algún modo alguien había sacado todo lo que en mi cómoda había, y lo había metido en el archivador sin yo darme cuenta, durante algún descuido. Algún bromista andaba suelto. Dispuesto a no dejar que aquello me afectase, saqué las camisetas con la intención de dejarlas en la cómoda, y hacer el mismo proceso con todo lo demás. Como era lógico, mis camisetas no estaban en la cómoda cuando la abrí... pero sí todo lo demás. ¡Me estaba volviendo loco! Intenté serenarme y pensar con la cabeza fría. Finalmente concluí que la única manera de saber si alguien me estaba tomando el pelo o no, era poner los dos armarios juntos, y abrirlos al unisono. El resultado no fue inesperado, pero sí complicado de asimilar. De algún modo aquellas cómodas estaban interconectadas, de tal manera que al meter algo en una, ese algo quedaba almacenado también en la otra, y al extraerlo, era extraido de las dos simultaneamente.

A media tarde un armario azul hizo acto de presencia en mi vida. Con él terminé de confirmar que todo mueble concebido para el almacenaje que entraba en mi casa, compartía un mundo paralelo dedicado a albergar objetos de todo tipo. Una vez hecha la comprobación, introduje el armario en la cómoda por si en un futuro lo necesitara.

Y aquí me encuentro, intentando averiguar qué sentido puede tener todo esto, haciéndome preguntas que ahora no puedo responder. ¿Serán todos los muebles de Ynis así? ¿Por qué mis vecinos no parecen preocuparse de este hecho? ¿Lo sabrán? ¿Qué pasaría si alguien entrase en ese mundo paralelo? ¿Iría a parar a la cabeza de algún famoso como pasaba en la peli de Como ser John Malkovich? En fin, creo que intentaré olvidar este episodio de mi vida y aprovecharme de que tengo una cómoda con una capacidad de almacenaje descomunal. Después de todo no me gustaría que mi curiosidad matara a Tristán.

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