miércoles, abril 12, 2006

estilo dicen...

Dar consejos es un riesgo que poca gente se atreve a correr. La presión de decidir por otros, de plantar en otra persona una idea como si de una semilla que puede germinar en acto se tratase, es una sensación que no muchos se precian de afrontar. No me considero alguien a quien le guste decir qué deben hacer los demás, aunque sí es cierto que nunca he tenido miedo a dar mi opinión o consejo si era para algo de lo que estaba seguro. Os voy a dar un consejo, y espero que lo sepais valorar en su justa medida: si un día aparece vuestro hermano con una maquinilla nueva, no dejeis que la pruebe con vuestra testa. Si no teneis hermanos, podeis sustituir este sujeto por cualquier otro, lo importante no es quién, sino qué.

Hará cosa de una semana recibí la visita de mi hermano; traía consigo una maquinilla de cortar el pelo aún por estrenar. La maquinilla se la había regalado un buen amigo suyo, el cual tiende a comprar todo lo que la marca El Coyote saca al mercado. Ya hacía un tiempo que yo llevaba queriendo cortarme las pelambreras del profeta que lucía, pero por la pasividad que me caracteriza esta honorable tarea seguía entre mi nutrido grupo de debes. Cuando mi hermano apareció por casa armado con aquel instrumento diabólico, no vi el peligro, ni siquiera cuando me avisó de que no sabía como iría aquella máquina infernal. Con las tijeras me corté el pelo para facilitarle la labor, y así evitar los dolorosos tirones. Fue mi gran error. Aquel trasto no cortaba nada de nada, y eso es algo que a mi trasquilada cabeza no le gustó en absoluto. Tras varios futiles intentos, mi cariacontecido hermano procedió a intentar arreglar lo inarreglable, pero hay veces que la buena fe no es suficiente.

Tal vez penseis que es esta y no lo que expuse acerca de mi afición por las cosas que vuelan la razón que me ha empujado a llevar un casco de aviador a todas horas. Si por algún casual la idea de que os he mentido os ronda por la azotea, evacuadla de inmediato. Cualquier persona que me conozca un poco sabe de buena tinta mi desdén por algo tan subjetivo como es el estilo. En un mundo ideal todos podríamos tener nuestro propio estilo sin sufrir la incomprensión, la mofa o el ataque y derribo de esos grupos cuyo estilo es el de los demás. ¿Quién iba a decir que los niños bien de nuestros días vestirían con chandal y llevarían crestas y el pelo rapado por los lados? Efectivamente hay quien tiene la hipocresía por único estilo. Es la moda un monstruo sin memoria ni sentimientos, que engulle cuerpos vacios y los excreta vestidos en cadena. Y son los diseñadores y estilistas los ingenieros que se encargan de alimentar a esa implacable criatura.

La última vez que visité una peluquería fue hace tres o cuatro años. Recuerdo haber pedido que me cortasen un poco el pelo; liso, peinado hacia delante. Mis teorías acerca de lo que ocurrió tras estas indicaciones son dos:
a) La mujer aquella nunca había visto Super Coco y desconocía términos como liso, hacia delante o corto.
b) Era una guarra.
Siempre me he inclinado más por la b, tal vez por mi falta de afecto por el gremio, tal vez porque lo era. El caso es que de allí salí con el pelo engominado y de punta, menos dinero en los bolsillos y con su odiosa sonrisa guardada en la memoria, en el cajón de "episodios de odio". Aún incluso se atrevió a decirme "así estás mucho mejor", la muy puta. No niego que a ojos ajenos pudiera estar mucho mejor, ni lo niego ni me importa. Lo importante es que yo no pedí eso, y se me debió dar lo que yo pedí, aunque sólo me gustase a mi.

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y dicho esto, ya sabreis lo que me dispongo a relatar a continuación. Esta mañana Ynis ha amanecido con una nueva inquilina. A decir verdad no se trata de una vecina, sino de una trabajadora de la tienda de Nook. Tom ha decidido que su negocio no era suficientemente glamuroso de por si, así que le ha añadido una sección de peluquería y la ha dejado a cargo de una caniche de pelo azul de lo más chic que responde al nombre de Marilín. Es evidente que he cedido a la tentación de arreglar mi trasquilada cabellera, sino no habría mencionado piedras que son golpeadas dos veces. A decir verdad creía que nada podría ser peor que ir con este engendro de peinado por la vida, pero ¡ay de mi que a estas alturas descubro que siempre hay algo peor esperando a la vuelta de la esquina!

Aún os queda por saber lo mejor: tengo la intención de volver mañana. Eso sí, no sé si para arreglarme el pelo de una vez por todas, o para conocer un nuevo nivel de fealdad. Rezad por mi... y por Marilín.

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