mi planito
Mira qué horas son y aquí estoy sin atrapar la mosca del sueño. Y, paradógicamente, mientras más me esfuerzo, más despierto me encuentro. Estos últimos días han sido un poco ajetreados por aquí. Aparte del torneo de pesca que se me escapó de las manos cual pez aún con vida, el tiempo lo he dedicado casi por entero a mis labores como encargado de urbanismo. Avatares del destino, es este un cargo proscrito en nuestra historia reciente, que, sin embargo, a mi me enorgullece desempeñar. La historia viene de lejos.
Al poco de instalarme en Ynis, recibí la visita de Don Tórtimer, nuestro vetusto alcalde. A pesar de su avanzadísima edad, Tórtimer sigue siendo un vanguardista, y por qué no decirlo, un culo inquieto. Su visita tenía un objetivo claro: pedirme que me encargase de crear un plan urbanístico para Ynis, además de ponerlo en práctica. A cambio obtendría una actividad en la que emplear mi tiempo, y un pueblo más bonito y habitable. O sea, que la vieja tortuga se agarró a mi altruismo manifiesto cual clavo ardiente. No me quiso explicar los motivos que le empujaron a confiar en mi para desempeñar tal labor, pero intuyo que se debió a que al yo ser humano y haber vivido la mayor parte de mi vida en la ciudad, algo como un plan urbanístico me podía ser más afín que por ejemplo al ratón musculado Rodi (que ahora vive en Neimtaun). La idea de que le ha propuesto esta labor a todo ser que ha llegado a Ynis (incluso a Tristán) y yo he sido el único pardillo en picar, también me ronda la cabeza en más de una ocasión. Pardillo o no, el caso es que es un trabajo que me llena de orgullo, y me vacía de tiempo.
No bien había abandonado Tórtimer mi casa dándome plena libertad para hacer lo que me pareciera mejor, empecé a trazar las lineas básicas sobre las que se construiría mi imperio... digo... Ynis. Todas las acciones que haría de ahí en adelante tendrían que regirse por dos parámetros fundamentales: belleza y pragmatismo. La idea era modelar un lugar bello a la vista, pero que al mismo tiempo fuese lo suficientemente ordenado como para que un forastero se pudiera manejar por el pueblo sin perderse. El primer paso fue crear una alameda de melocotoneros que escolta al rio desde la cascada hasta el primer puente. Esa parte conecta con las dos avenidas de naranjos que a su vez dan acceso tanto al portón como a la tienda de Nook y las Hermanas Manitas. Detrás de Nook se pueden encontrar dos pequeños círculos de cerezos a un lado y manzanos al otro. Aunque en el futuro tengo pensado distribuir los frutales según las cuatro esquinas del pueblo: noreste, noroeste, sureste y suroeste. Para terminar de embellecer la parte situada más al norte, pensé que unos jardines en la parte posterior del museo darían vida a una zona, de otro modo, demasiado vacía. También tengo la intención de recubrir la vera del rio con todo tipo de flores (ya llevo la mitad). Por último, ahora mismo estoy enfrascado en la zona de la playa, donde he creado un paseo marítimo y he arreglado los accesos al mismo. Esta misma tarde la he dedicado a adoquinarlo, aunque me faltan algunas zonas que tendré que terminar mañana.
Como podeis ver, poco tiene que ver este encargado urbanístico que aquí escribe, con el deleznable concepto que me habreis atribuido nada más leer mi nuevo título. De hecho, no sólo he dedicado una ingente cantidad de tiempo a la planificación y ejecución de mi planito, así como al mantenimiento necesario, (que en Ynis no hay jardineros que rieguen, planten o talen, aparte de mi, claro), sino que además me he dejado un montón de dinero entre la compra de flores y herramientas. Ahora bien, si por casualidad está asomado vuestro sentimiento paternal (o maternal) a saludarme, tampoco es necesario que me compadezcais. Como ya he dicho antes, el pago que recibo es más que suficiente. Me basta con saber que mi pueblo es tan bonito como mi imaginación y energías lo permiten, y que es tan fácil de recorrer, que hasta alguien que anda buscando su sentido de la orientación podría encontrarlo bajo un cartel indicativo. No se me ocurre qué premio más reconfortante que ese podría obtener.
Si lo pienso, debo de ser de los pocas personas encargadas del urbanismo de una zona cuya principal prioridad es hacer que esa zona sea más habitable, que quien allí vive tenga un recuerdo bonito de aquel lugar a lo largo de sus días de vida. Por desgracia la mayoría de responsables de estos asuntos no comparten esta ideología, empujándonos a muchos de nosotros a vivir secuestrados por nuestra propia miseria. Es irónico pues, darse cuenta que gran parte de la culpa de que esta situación persista, no es de nadie más que nuestra. Es lamentable que no lleguemos a relacionar nuestras penurias, con el gran negocio que mueve la economía española. Y es que no llego a comprender todo el revuelo que se ha montado con el asunto marbellí. Se habla de escándalo, y creo que no hay palabra más impropia e inmerecida, a la vez de ingenua, para calificar tal situación. A veces me llego a plantear si es que en vez de llevar una venda, lo que ocurre es que la mayoría de la gente carece de la capacidad de ver. No se explica sino que aceptemos el elevado precio de la vivienda, el cual tendremos que acarrear sobre nuestras espaldas a lo largo de (a veces) más de una vida. No se entiende que contemplemos inamovibles como los pocos parques y zonas verdes que en nuestros pueblos y ciudades hay son canjeados por parkings privados, entre copas de vino viejo y rayas blancas, por gente que no es más dueña de ellos de lo que nosotros lo somos. No entra en cabeza alguna que se nos pida aparcar en las aceras marcadas de prohibitivo amarillo y enviar a nuestros hijos de excursión a un parque lejano a intercambiar balones de fútbol por jeringuillas con caballo, mientras alguien sentado en un sillón hinchable se toma un whisky con hielo en mitad de la piscina instalada en la azotea de uno de sus tantos edificios. Y lo más irracional de todo, es que sigamos empeñándonos en llamar escándalo a lo sucedido en Marbella.
Al poco de instalarme en Ynis, recibí la visita de Don Tórtimer, nuestro vetusto alcalde. A pesar de su avanzadísima edad, Tórtimer sigue siendo un vanguardista, y por qué no decirlo, un culo inquieto. Su visita tenía un objetivo claro: pedirme que me encargase de crear un plan urbanístico para Ynis, además de ponerlo en práctica. A cambio obtendría una actividad en la que emplear mi tiempo, y un pueblo más bonito y habitable. O sea, que la vieja tortuga se agarró a mi altruismo manifiesto cual clavo ardiente. No me quiso explicar los motivos que le empujaron a confiar en mi para desempeñar tal labor, pero intuyo que se debió a que al yo ser humano y haber vivido la mayor parte de mi vida en la ciudad, algo como un plan urbanístico me podía ser más afín que por ejemplo al ratón musculado Rodi (que ahora vive en Neimtaun). La idea de que le ha propuesto esta labor a todo ser que ha llegado a Ynis (incluso a Tristán) y yo he sido el único pardillo en picar, también me ronda la cabeza en más de una ocasión. Pardillo o no, el caso es que es un trabajo que me llena de orgullo, y me vacía de tiempo.
No bien había abandonado Tórtimer mi casa dándome plena libertad para hacer lo que me pareciera mejor, empecé a trazar las lineas básicas sobre las que se construiría mi imperio... digo... Ynis. Todas las acciones que haría de ahí en adelante tendrían que regirse por dos parámetros fundamentales: belleza y pragmatismo. La idea era modelar un lugar bello a la vista, pero que al mismo tiempo fuese lo suficientemente ordenado como para que un forastero se pudiera manejar por el pueblo sin perderse. El primer paso fue crear una alameda de melocotoneros que escolta al rio desde la cascada hasta el primer puente. Esa parte conecta con las dos avenidas de naranjos que a su vez dan acceso tanto al portón como a la tienda de Nook y las Hermanas Manitas. Detrás de Nook se pueden encontrar dos pequeños círculos de cerezos a un lado y manzanos al otro. Aunque en el futuro tengo pensado distribuir los frutales según las cuatro esquinas del pueblo: noreste, noroeste, sureste y suroeste. Para terminar de embellecer la parte situada más al norte, pensé que unos jardines en la parte posterior del museo darían vida a una zona, de otro modo, demasiado vacía. También tengo la intención de recubrir la vera del rio con todo tipo de flores (ya llevo la mitad). Por último, ahora mismo estoy enfrascado en la zona de la playa, donde he creado un paseo marítimo y he arreglado los accesos al mismo. Esta misma tarde la he dedicado a adoquinarlo, aunque me faltan algunas zonas que tendré que terminar mañana.
Como podeis ver, poco tiene que ver este encargado urbanístico que aquí escribe, con el deleznable concepto que me habreis atribuido nada más leer mi nuevo título. De hecho, no sólo he dedicado una ingente cantidad de tiempo a la planificación y ejecución de mi planito, así como al mantenimiento necesario, (que en Ynis no hay jardineros que rieguen, planten o talen, aparte de mi, claro), sino que además me he dejado un montón de dinero entre la compra de flores y herramientas. Ahora bien, si por casualidad está asomado vuestro sentimiento paternal (o maternal) a saludarme, tampoco es necesario que me compadezcais. Como ya he dicho antes, el pago que recibo es más que suficiente. Me basta con saber que mi pueblo es tan bonito como mi imaginación y energías lo permiten, y que es tan fácil de recorrer, que hasta alguien que anda buscando su sentido de la orientación podría encontrarlo bajo un cartel indicativo. No se me ocurre qué premio más reconfortante que ese podría obtener.
Si lo pienso, debo de ser de los pocas personas encargadas del urbanismo de una zona cuya principal prioridad es hacer que esa zona sea más habitable, que quien allí vive tenga un recuerdo bonito de aquel lugar a lo largo de sus días de vida. Por desgracia la mayoría de responsables de estos asuntos no comparten esta ideología, empujándonos a muchos de nosotros a vivir secuestrados por nuestra propia miseria. Es irónico pues, darse cuenta que gran parte de la culpa de que esta situación persista, no es de nadie más que nuestra. Es lamentable que no lleguemos a relacionar nuestras penurias, con el gran negocio que mueve la economía española. Y es que no llego a comprender todo el revuelo que se ha montado con el asunto marbellí. Se habla de escándalo, y creo que no hay palabra más impropia e inmerecida, a la vez de ingenua, para calificar tal situación. A veces me llego a plantear si es que en vez de llevar una venda, lo que ocurre es que la mayoría de la gente carece de la capacidad de ver. No se explica sino que aceptemos el elevado precio de la vivienda, el cual tendremos que acarrear sobre nuestras espaldas a lo largo de (a veces) más de una vida. No se entiende que contemplemos inamovibles como los pocos parques y zonas verdes que en nuestros pueblos y ciudades hay son canjeados por parkings privados, entre copas de vino viejo y rayas blancas, por gente que no es más dueña de ellos de lo que nosotros lo somos. No entra en cabeza alguna que se nos pida aparcar en las aceras marcadas de prohibitivo amarillo y enviar a nuestros hijos de excursión a un parque lejano a intercambiar balones de fútbol por jeringuillas con caballo, mientras alguien sentado en un sillón hinchable se toma un whisky con hielo en mitad de la piscina instalada en la azotea de uno de sus tantos edificios. Y lo más irracional de todo, es que sigamos empeñándonos en llamar escándalo a lo sucedido en Marbella.
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