domingo, abril 23, 2006

el precio de lo inapreciado

Aún no es de noche, pero debería de echarme a dormir aún así. Ya he hecho la buena acción del día, y seguir despierto es arriesgarse a emborronarla. Siempre he tenido el concepto de que cuando compras algo, algo que alguien ha creado, algo que podríamos denominar arte, no sólo estás obteniendo ese algo, además estás ayudando a que la próxima vez que el creador de ese algo quiera crear un algo nuevo, tenga la libertad de hacerlo.

No se nos escapa a ninguno (o no debería), que el arte es menos libre de lo que nunca ha sido, que el Dios dinero lo ha esclavizado, que los hombres grises han cogido las riendas de su futuro, que la creatividad se ha quedado sin voz, se la han cambiado por una cara bonita sin más características que una bobalicona sonrisa. Es lamentable que muchos que dicen considerarse músicos, escritores o dibujantes hayan prostituido sus nombres en pos de unos cuantos ceros en la cuenta bancaria, mientras que aquellos que se han mantenido fieles a si mismos y a su visión de la vida lo único que consiguen son ceros también, pero a la izquierda. Asistimos impertérritos a una guerra civil donde las fotocopias matan al original, brillante e incomprendido él. Como único escenario una enorme montaña de cadáveres pertenecientes a valientes insensatos, cuyas valiosas ideas fluyen de sus heridas y se pierden en el yermo valle del olvido.

Cuando era pequeño quería hacer videojuegos, pero se quedó en un deseo sin recorrido. Luego quise ser dibujante, y la ruta era clara. A decir verdad, no puse demasiado empeño, nunca creí encajar del todo con lo que se esperaba que yo fuera, nunca logré asimilar lo que esa profesión significaba, pero al fin y al cabo, si no explotas lo que mejor se te da hacer, ¿qué vas a explotar? Fue la primera editorial con la que topé la que me abrió los ojos. Un año de trabajo que termina con una discusión y una despedida abrupta. Un jefe sin el menor sentido de la ética ni el gusto se cruzó en mi camino como señal de advertencia de que aquel mundo no era el indicado para mi. Me costó asimilarlo, pero finalmente lo logré, desde entonces decidí que todo lo que de mi puño saliera sería para mi propio regocijo, como siempre había sido, como nunca debió dejar de ser.

¿Dejariais a vuestro hijo en un puesto de mercado, esperando que alguien lo coja de la mano y lo haga suyo a cambio de unos pedazos de metal? ¿Dejariais a vuestro hijos expuesto al mejor postor? ¿Dejariais que alguien decidiera su educación por vosotros? ¿Dejariais que alguien lo vistiese por vosotros? Hoy en día un artista no es más que una especie de gallina forzada a poner huevos de colores, cuyo futuro depende de que su granjero particular decida si esos huevos han de ser verdes o rojos, y si decide que serán rojos y resulta que la gallina sólo quiere dar huevos verdes, sacrificio y a poner otra gallina en su lugar. La cara bonita y bobalicona es adaptable. Y mientras, los que gustan de los huevos verdes, viven ignorando la pérdida de algo que no llegarán a conocer.

Por negro que parezca el panorama, siempre hay algún claro en mitad de la tormenta, y lo que algunos puedan ver como un suicidio artístico, otros pueden encontrarlo como un acto de lo más bello. Desde la humildad me gustaría presentaros a dos de estos claros que algunos ya conocereis, y otros tal vez no: Totakeke y Anathema. Uno es un perro solitario cuya única finalidad en la vida es tocar sus cancioncillas en El Alpiste, los otros son un grupo británico que se esfuerza por mostrar esperanza a través de su música, por triste que esta parezca.

Hace ya bastantes años que conozco a Anathema, no personalmente, claro, pero sí gran parte de su trabajo. Recuerdo que fue un loco catalán aficionado al montañismo quien me habló de ellos por primera vez; el gran Guillem (¿qué será de él? Espero que te vaya bien, compi). Por aquellas el audiogalaxy estaba en auge y fue la herramienta que usé para tener una primera toma de contacto con esta impresionante banda. Recuerdo haber descargado la canción Deep y haberme enamorado de ella. Luego vinieron muchas más y la compra de su álbum Alternative 4. A decir verdad, es este disco y el Judgement los que más me gustan, siendo los otros menos homogeneos en mi opinión. A pesar de eso, uno siempre puede encontrar canciones monumentales como The Silent Enigma, Panic o Temporary Peace desperdigadas por su discografía. Es un poco por sus dos últimos discos, que no me han llenado tanto, que había perdido un poco su pista, y hete aquí mi sorpresa cuando me entero que están en guerra abierta con su compañía discográfica. Me gustaría tener más detalles acerca de lo sucedido, pero en resumidas cuentas, lo que ocurre es que la discográfica quiere obligar a la banda a sacar un nuevo disco con ellos, a lo que Anathema no está por la labor. Por eso han optado por autoproducirse y autoeditarse a través de su página web. A día de hoy ya han colgado un tema totalmente nuevo y que suena de lujo (everything), con la promesa de que compondrán y subirán más. Para la gente interesada en que el grupo siga adelante, ahora que no tienen contrato discográfico, existe la opción de hacer donaciones a la banda, sin intermediarios. Todo esto lo podreis encontrar en su página web, aquí. Y dicho esto, os podeis imaginar que mi buena acción del día no ha sido otra que hacer un donativo a cambio de descargarme la canción. Ha sido una donación insignificante la mía, pero tengo la intención de repetirla cada vez que me baje una canción de las que van a poner allí, con lo que una vez bajado el disco, será más o menos como haberlo comprado.

Como ya he dicho, comprar un disco, un libro o un videojuego no es sólo obtener tal bien, es una inversión en toda regla. Algo que todos tendríamos que tener presente si no queremos que se den más casos como el de Anathema, gente que imbuye su alma en la música y que se ven abocados a tomar una medida drástica, a dar un salto mortal hacia atrás en la cuerda floja.

En lo referente a Totakeke, lo conocí allá por cuando vivía en Florín, cada tarde de sábado desde las 19:30 hasta las 23 horas se plantaba junto a la estación de trenes con su desgastada guitarra acústica, a tocar y cantar para todo aquel que quisiera escucharlo. Su creatividad y sentimiento eran incuestionables, así como su buen humor, siempre preparado para aceptar cualquier petición. Además, al finalizar su actuación, Totakeke obsequiaba a todo aquel que le hubiese acompañado durante la velada con una grabación de los temas interpretados esa tarde-noche, para poder escucharlos en casa cuando viniera en gana. A cambio no pedía nada, sólo una compañía prolongada o puntual junto a los muros de la estación mientras interpretaba sus piezas. Fue por tanto su inmensa generosidad y altruismo lo que más me impresionó de él. Totakeke ama la música y su filosofía es que algo que es tan querido para él no debería de tener precio, que todo aquel que quiera debería de poder disfrutarla sin importar si tiene dinero o no. Siempre decía que lo último que quería es que los peces gordos se hinchasen más gracias a méritos de otros, que su música se basaba en su libertad para crear, y que ponerle precio era como encadenarla y amordazarla. Es por todo esto que me alegré tanto cuando supe que Fígaro prestaba el pequeño escenario de su café las tardes-noches de los sábados a este trotamundos de la música.

Esta noche, como es habitual desde que estoy aquí, también asistiré a su concierto. Me sentaré en una mesa, saborearé el fabuloso café de Fígaro y me deleitaré con la insondable fuerza creativa que este perro tan peculiar hace manar de su deteriorada guitarra. Una vez más me abstendré de pedir ningún tema, me subyuguaré al factor suerte sin temor a perder, pues el mayor premio más allá de que las canciones me gusten más o menos, es que haya alguien como él que luche por lo que muchos nos hemos olvidado de apreciar.

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