el eje imaginativo
Pues Lotar se siente muy bien, le daré recuerdos de vuestra parte.
Ha sido hoy al mirar el Tablón de Anuncios que hay junto al Ayuntamiento que he descubierto que el ganador del concurso del Festival de las Flores no había sido yo. Conforme he terminado de leer aquella inesperada noticia, ante mi ha desfilado una retahila de recuerdos de concursos en los que he participado a lo largo de mi vida, concursos que perdí, en mi opinión, de forma injusta.
No han sido pocas las veces que he participado en competiciones de cómic, y han sido exactamente las mismas las que no he ganado. En retrospectiva ahora entiendo porqué no gané algunos de ellos, sin embargo hay otros que siguen siendo inexplicables aún hoy día. De un modo u otro, mi único premio siempre ha sido el consuelo de mis amigos diciéndome que mi obra era mejor que la ganadora. Rabioso consuelo, o rabioso yo. Rabioso porque en vez de consolar, esas palabras lo que hacen es avivar el fuego de la frustración, que como si se tratase de indios al otro lado de la montaña, empieza a proyectar mensajes de humo, mensajes que traen preguntas, siendo "Si mi cómic es el mejor, ¿por qué no he ganado?" el lider espiritual de todas ellas.
Hay un cómic en particular, que todavía me sorprendo a mi mismo al conocer que soy yo quién está detrás de su autoría. Son cuatro páginas de aspecto irremediablemente profesional, con un argumento un tanto estúpido, pero deliveradamente tonto, que esconde un mensaje interno no tan tonto. A día de hoy sólo cambiaría una cosa en él; le añadiría una frase al final, pero por lo demás le doy mi aprovado. Sea como fuere, el caso es que su gloria fue la misma que la de sus hermanos: la pertinente palmadita en la espalda y el rabioso y amigable consuelo. Rabioso consuelo, o rabioso yo.
Es curioso que no todo en mi vida como concursante han sido fracasos. Una vez en el cole hicieron un concurso de poesía que sorprendentemente gané. Sorprendentemente porque nunca había escrito una poesia, y porque no entraba en mis futuribles el contar con un torneo de poesía ganado en mi currículum. La explicación es tan simple como la poesía que entonces escribí: sólo nos presentamos dos al concurso, y la poesía del otro era terrible. La entrega de premios se hizo en el Centro Cultural de mi pueblo, teniendo que subir a un escenario para la recogida del mismo. No necesité hacerlo, ya que hubo una confusión y el primer premio se lo entregaron a mi compañero, así que ni ese momento de gloria me dejaron tener. Aunque luego en las sombras protesté para que me dieran el primer premio que legitimamente había ganado. Aunque nadie pudo restituirme la gloria de ser el mejor ante los ojos de la gente, siquiera gané la materialidad que demuestra tal hecho.
Siendo tales los precedentes, me doy cuenta de lo iluso que he sido pensando que iba a ganar este floral torneo, por mucho que mi jardincito querido sea el más bello de cuantos en Ynis hay. No sé si por maduración mía o por falta de la pertinente y amigable palmadita de rabioso consuelo, o rabioso yo, el caso es que mirando mi jardincito brillando con luz propia, es ahora que siento el consuelo de disfrutar sin necesidad del reconocimiento ajeno.
Es maravilloso poder contemplar una creación propia y sentirse orgulloso de uno mismo, y saber que es esta una de las fuerzas que hacen que el mundo se mueva. Es inabarcable la sensación de descubrir que el eje imaginario sobre el que la Tierra gira, es empujado por una fuerza igualmente imaginaria, o imaginativa. Lástima que esa energía provenga de genios esclavizados por lo establecido, que empujan sin ayuda ni socorro, mientras los mediocres laceran sus desnudas espaldas a golpe de látigo untado en convencionalismo.
Ha sido hoy al mirar el Tablón de Anuncios que hay junto al Ayuntamiento que he descubierto que el ganador del concurso del Festival de las Flores no había sido yo. Conforme he terminado de leer aquella inesperada noticia, ante mi ha desfilado una retahila de recuerdos de concursos en los que he participado a lo largo de mi vida, concursos que perdí, en mi opinión, de forma injusta.
No han sido pocas las veces que he participado en competiciones de cómic, y han sido exactamente las mismas las que no he ganado. En retrospectiva ahora entiendo porqué no gané algunos de ellos, sin embargo hay otros que siguen siendo inexplicables aún hoy día. De un modo u otro, mi único premio siempre ha sido el consuelo de mis amigos diciéndome que mi obra era mejor que la ganadora. Rabioso consuelo, o rabioso yo. Rabioso porque en vez de consolar, esas palabras lo que hacen es avivar el fuego de la frustración, que como si se tratase de indios al otro lado de la montaña, empieza a proyectar mensajes de humo, mensajes que traen preguntas, siendo "Si mi cómic es el mejor, ¿por qué no he ganado?" el lider espiritual de todas ellas.
Hay un cómic en particular, que todavía me sorprendo a mi mismo al conocer que soy yo quién está detrás de su autoría. Son cuatro páginas de aspecto irremediablemente profesional, con un argumento un tanto estúpido, pero deliveradamente tonto, que esconde un mensaje interno no tan tonto. A día de hoy sólo cambiaría una cosa en él; le añadiría una frase al final, pero por lo demás le doy mi aprovado. Sea como fuere, el caso es que su gloria fue la misma que la de sus hermanos: la pertinente palmadita en la espalda y el rabioso y amigable consuelo. Rabioso consuelo, o rabioso yo.
Es curioso que no todo en mi vida como concursante han sido fracasos. Una vez en el cole hicieron un concurso de poesía que sorprendentemente gané. Sorprendentemente porque nunca había escrito una poesia, y porque no entraba en mis futuribles el contar con un torneo de poesía ganado en mi currículum. La explicación es tan simple como la poesía que entonces escribí: sólo nos presentamos dos al concurso, y la poesía del otro era terrible. La entrega de premios se hizo en el Centro Cultural de mi pueblo, teniendo que subir a un escenario para la recogida del mismo. No necesité hacerlo, ya que hubo una confusión y el primer premio se lo entregaron a mi compañero, así que ni ese momento de gloria me dejaron tener. Aunque luego en las sombras protesté para que me dieran el primer premio que legitimamente había ganado. Aunque nadie pudo restituirme la gloria de ser el mejor ante los ojos de la gente, siquiera gané la materialidad que demuestra tal hecho.
Siendo tales los precedentes, me doy cuenta de lo iluso que he sido pensando que iba a ganar este floral torneo, por mucho que mi jardincito querido sea el más bello de cuantos en Ynis hay. No sé si por maduración mía o por falta de la pertinente y amigable palmadita de rabioso consuelo, o rabioso yo, el caso es que mirando mi jardincito brillando con luz propia, es ahora que siento el consuelo de disfrutar sin necesidad del reconocimiento ajeno.
Es maravilloso poder contemplar una creación propia y sentirse orgulloso de uno mismo, y saber que es esta una de las fuerzas que hacen que el mundo se mueva. Es inabarcable la sensación de descubrir que el eje imaginario sobre el que la Tierra gira, es empujado por una fuerza igualmente imaginaria, o imaginativa. Lástima que esa energía provenga de genios esclavizados por lo establecido, que empujan sin ayuda ni socorro, mientras los mediocres laceran sus desnudas espaldas a golpe de látigo untado en convencionalismo.
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