sábado, agosto 26, 2006

Historia de Ossco y Jaspi - tercera entrega

Siento el retraso de la tercera entrega. No ha sido por alimentar ese ansia animal que ha despertado el cuento, ni por ver cómo os subías por las paredes y pulsabais F5 compulsivamente esperando que de un momento a otro el blog se actualizara. No soy tan cruel. Ha sido culpa simplemente de mi espalda, que ya no está para los trotes a los que la someto (básicamente mover el ratón de arriba a abajo todo el día, mientras giro el cuello en dirección a la pantalla). Ahora que parece haberse recuperado, me dispongo a saciar vuestra sed con una tercera entrega del tan esperado cuento de Ossco y Jaspi. Aprovecho para aclarar que las entregas son cortas para alimentar la emoción, y no porque pretenda usar tres páginas de cuento para actualizar el blog durante tres meses. Nada más lejos de mi intención.



* * *

Y efectivamente, la chispa que inició la guerra en el apacible pueblo fue el amor. El amor que Lulú sentía por Ossco, el fuego que alimentaba cada mañana cuando lo observaba tras los árboles, sus protuberantes caderas ocultas apenas por los troncos de los cerezos. El amor del que pretendía deshacerse cada noche a través de llantos inacabables que despertaban a los vecinos y de los que más de una vez se había tenido que ocupar Vigilio, el policía del pueblo.

Cuando Vigilio recibía una llamada a partir de las once de la noche, sabía perfectamente que se trataba una vez más del desamor de Lulú. Antes de dirigirse a la casa de la hipopótamo se apretaba el cinturón, ensayaba el tono de voz grave con el que se dirigiría a ella, con el que la amenazaría con pasar una noche en el calabozo si era incapaz de contenerse. Pero cuando los ojos rojos aparecían tras la puerta, lo único que lograba abandonar su garganta eran apelativos cariñosos, frases de consuelo a las que Lulú se agarraba para soltar los llantos una vez más, ocasión que él aprovechaba para abrazarle la espalda y oler la colonia de su pelo.

Vigilio era un policía serio, responsable, alguien que se tomaba muy en serio su trabajo y no necesitaba de ayudantes para mantener la ley y el orden en el pueblo. Sólo frente a las lágrimas de Lulú perdía toda su compostura, y si hubiera podido convertir sus esposas en ramos de flores lo hubiera hecho sin dudarlo, y las hubiera colocado en las manos de la hipopótamo más bonita del pueblo.

Las visitas de Vigilio terminaban siempre frente a dos tazas vacías de chocolate en el comedor de Lulú, con el sol entrando tímidamente por la ventana, después de horas interminables de conversación en las que Lulú sollozaba sus sentimientos hacia Ossco mientras Vigilio escondía las ganas de besar sus lágrimas tras frases de ánimo, sonrisas y caricias en el dorso de la mano. Cuando por las mañanas abandonaba la casa de Lulú, notaba cómo había crecido en su pecho el odio por Ossco.

4 comentarios:

Pipilota dijo...

¿Y Vigilio que era? lo digo porque bueno, imaginarme el amor entre una hipopótama y un hosco oso no me parece muy muy muy raro, pero como Vigilio sea, pongamos un búho, ya sí me lo parecera un poquito.

Me huelo que Ossco va a tener más de un problemilla con la ley y con el vecindario por ser tan atractivo y tener ese carácter indomable.

David Martínez dijo...

Vigilio es un perro guardian :)

Anna C P dijo...

Sí, sí, es un perro guardián, había olvidado mencionarlo. No sé qué raza es, pero la verdad es que su tamaño es bastante considerable (en mi cabeza, quiero decir) >_<

Pipilota dijo...

Ah bien vale, creo que siempre es más fácil la relación si ambos son mamiferos como mínimo. ^-^